Comienzo este artículo con el añejo recuerdo de mis estudios en química. No escapan a mi memoria algunos cursos que aportaron muy poco a mi formación y fueron una pérdida de tiempo.
Ese tiempo pudo haber sido mejor utilizado en asignaturas pertinentes y vinculadas a las necesidades de nuestra realidad nacional. Una verdad aplicable a los demás planes de estudio de aquel entonces.
No dudo que ocurra en el resto del sistema educativo. Planes de estudio unidisciplinarios, rígidos e inflexibles, al punto que muchos estudiantes nunca se gradúan porque no aprueban un curso irrelevante para su formación académica.
Comenzando por los Estudios Generales, la formación humanística es lamentable y constituye un gran gasto institucional y un obstáculo en el avance en la carrera. No existe integración entre docencia, investigación y la llamada acción social. En consecuencia, la formación humanística está prevista como un bloque que no forma parte consustancial de los programas académicos de los cursos.
¿Está nuestra universidad formando los profesionales que el país requiere para dentro de 20 años? ¿Existe planificación institucional que permita decidir la inversión en función de las necesidades del país, que prevea en número y calidad los profesionales en áreas de ciencia y tecnología?
Por otro lado, mi reflexión va sobre la vanagloriada investigación que en la Universidad de Costa Rica (UCR) es, en general, producto de iniciativas y ocurrencias de diferentes personas que, en su momento, tuvieron la influencia para decidir la inversión en sus diversas áreas.
No existe, ni ha existido, un plan maestro de investigación y nunca se efectuó una evaluación de la gestión de la Universidad en este significativo campo de su quehacer. La arcaica estructura administrativa y presupuestaria nunca integró los recursos en un sólido programa de investigación, están dispersos en las diferentes unidades académicas.
Para colmo, crearon feudos con onerosos y sofisticados inmuebles y equipos que pululan en la Ciudad Universitaria, sin una jerarquía establecida, dependiente de una Vicerrectoría que no puede gestionar su actividad y es ajena a las unidades académicas.
No pongo en duda que algunos institutos o centros tengan un relativo éxito. ¿Podría integrarse la investigación en función de las diferentes áreas del conocimiento, con una adecuada gestión, según las necesidades del país? ¿Podrían las unidades de investigación, en función de su actividad, ubicarse en diferentes lugares del país? ¿Podría la investigación, en conjunto con la docencia, ser pilar en la formación profesional?
Mencioné dos aspectos, uno relativo a la docencia y otro, a la investigación; ambos en función de la principal razón de ser de la Universidad: la formación profesional y el desarrollo de la cultura nacional.
He oído, con cierto escepticismo, propaganda y opiniones personales sobre la Universidad exaltando el orgullo de ser UCR, más a raíz del ranquin latinoamericano donde ocupa una buena posición. Desconozco qué variables se tomaron en cuenta para clasificar la excelencia académica y sus resultados sociales, pero resulta muy peligroso exaltar la calidad académica cuando existen probadas falencias en la gestión. Crear un espejismo de calidad induce a motivar el estatismo y el conformismo, que son los peores enemigos del cambio.
Siento una clara decepción cuando pienso en forma crítica sobre lo que pudimos haber sido y lo que somos si hubiéramos hecho mejor las cosas, como en otras latitudes.
Compararnos con el resto de Centroamérica y países de Latinoamérica es ofensivo, ya que somos un país que decidió, hace muchos años, invertir en educación en lugar de en ejércitos. Sin embargo, padecemos serios problemas de calidad en todos los niveles educativos.
Algunos aspectos que deberían ocupar un lugar preferencial en la agenda de cambio incluyen la multiplicidad de centros de educación superior. Por razones meramente políticas, hay un adefesio estructural con duplicidades e instituciones innecesarias.
Alguien dirá que ya no se puede hacer nada; yo, en particular, creo que el Conare y la OPES simplemente no sirven para nada, y se convirtieron en un órgano coloquial de buenas intenciones, pero nulos resultados. En peor situación estamos debido a la anarquía en las universidades privadas.
Otro asunto es el relativo al engaño en cuanto a la regionalización de la Universidad. En palabras sencillas, la urgente desconcentración de las actividades de docencia e investigación. ¿Qué están pensando las autoridades políticas, sean diputados, municipios o sedes regionales, en cuanto a la regionalización y desconcentración de la educación superior? ¿Por qué su falta de interés en desempeñar un papel protagónico que cambie la política institucional, con un claro sesgo hacia la concentración de actividades en el área metropolitana, en particular, en la Ciudad Universitaria Rodrigo Facio? ¿Cuándo vamos a exigir a las universidades desconcentrar sus actividades?
Todo esto está en la génesis del problema: al no existir planificación institucional, tampoco se evalúa la pertinencia de las carreras, la creación de nuevas oportunidades académicas y su geolocalización, sus contenidos responden a un comportamiento histórico y los profesores son, en su mayoría, interinos, sin la experiencia ni los conocimientos requeridos, mucho menos la guía de académicos de alto nivel que desarrollen la necesaria relación maestro-discípulo.
La Vicerrectoría de Docencia, las unidades académicas todopoderosas, el Centro de Evaluación Académica y la Oficina de Planificación poco hacen para que las cosas cambien. En primer lugar, no hay duda de que lo pertinente es una revisión exhaustiva de la oferta académica, adecuándola, en algunos casos, a las exigencias del mercado; en otros, a las necesidades del arte y la cultura costarricenses.
La flexibilidad curricular, centrada tanto en los intereses del mercado como de cada individuo, debe primar en el diseño curricular. Los contenidos deben obedecer, con el mismo criterio, a nuevas formas didácticas y a la creación de conocimiento. Debe haber una estrecha relación entre docencia e investigación. La llamada acción social debe ser la consecuencia lógica de estas dos actividades sustantivas.
Hay indicadores que no viene al caso cuantificar, pero que evidencian un inadecuado uso de los recursos, por ejemplo, la existencia de políticas de contratación que no fueron superadas en cuatro quinquenios. La incomprensible concentración inmobiliaria en la sede central, el uso de plazas docentes en forma indiscriminada, la contratación de excesivo y sobrevalorado personal administrativo, el secuestro de la academia por los administrativos, la existencia de algunos altos y desproporcionados salarios docentes y administrativos, la subvaluación salarial docente para atraer académicos de prestigio, la inestabilidad de los profesores interinos, el bajo uso de la capacidad instalada... todos son indicadores preocupantes.
Con el mismo entusiasmo que nos ufanamos de la universidad pública, deberíamos poner las barbas en remojo y efectuar una revisión exhaustiva de su organización y funcionamiento. El Consejo Universitario, la Asamblea Colegiada Representativa y la Contraloría Universitaria, por disposición estatutaria, tienen la palabra.
El autor es exdirector del Consejo Universitario de la UCR.
La Universidad de Costa Rica (UCR) figura entre las 20 mejores de Latinoamérica de 428 instituciones analizadas por la firma británica Quacquarelli Symonds. (Jose Cordero)