Uno de los pilares fundamentales de la educación es la formación universitaria de los docentes, la cual pasa primero por los filtros de entrada a la carrera; luego, por el rigor de los programas de estudio de las facultades; y, finalmente, por la práctica supervisada.
La formación de los educadores influye en la calidad académica de los educandos desde preescolar hasta secundaria. Según datos del Consejo Nacional de Rectores (Conare), las universidades entregaron 377.615 títulos en el período 2014-2021, de los cuales el 35,59% fueron otorgados por universidades estatales y el 64,41%, por las privadas.
De este total, 88.650 corresponden a la carrera de Educación, distribuidos de la siguiente manera: un 31,47%, las universidades públicas; y el 68,52%, las privadas. El 27,34% de estos titulados son hombres y el 72,66%, mujeres; en cuanto a graduados en sedes regionales se tiene un 52,53% contra un 47,46% en sedes centrales.
Los números muestran un enorme porcentaje de títulos en Educación emitidos por universidades privadas (un 68,52%) y una clara tendencia decreciente de graduación en las universidades públicas, a pesar de sus consolidadas facultades desde el siglo pasado y la cuantiosa inversión estatal. Por ejemplo, según datos de la Oficina de Planificación Universitaria de la Universidad de Costa Rica, el presupuesto en el año 2022 solo para la Facultad de Educación fue de ¢4.172 millones.
El auge de la educación privada universitaria en la formación docente tiene causas y consecuencias que deben ser exploradas en profundidad.
Al Consejo Nacional de Enseñanza Superior Universitaria Privada (Conesup), adscrito al despacho de la ministra de Educación Pública, le corresponde velar por la aprobación, la supervisión y el control de estos centros, y a los ciudadanos, por la calidad de los docentes. Como mínimo se espera de todas las universidades públicas y privadas que la formación sea rigurosa, pertinente y cercana a la realidad educativa pública.
Los profesores universitarios de las carreras de Educación deben formar a los futuros docentes no solo en el área académica, sino también en el manejo de la disciplina, en el uso de las tecnologías de la información y en el correcto proceder ante estudiantes con necesidades educativas especiales.
Se requieren docentes universitarios con amplia experiencia en el campo de acción, o sea, en las escuelas y los colegios públicos; esto es fundamental para formar a los nuevos educadores con sólidas bases para los grandes retos sociales, académicos y de ambiente que afrontarán, sobre todo, en zonas rurales y urbanomarginales.
La etapa secundaria es fundamental en la escogencia de la carrera universitaria y, especialmente, revisten importancia los docentes de ciencias naturales y matemática, que de manera directa inciden en la elección de carreras STEM (ciencias, tecnología, ingenierías y matemáticas, por sus siglas en inglés).
Los datos del Conare indican que los títulos en enseñanza de las ciencias provienen un 39% de las universidades estatales y un 61%, de las privadas. En lo que respecta a matemática, el fenómeno es similar: un 38% y un 62%, respectivamente.
Estas dos áreas sensibles deben ser prioridad para el Conesup, sobre todo las ciencias naturales, porque implica el uso de laboratorios, y solo así los futuros profesores de secundaria de biología, física y química impartirán lecciones prácticas que promuevan en los jóvenes de secundaria el aprecio por las ciencias.
La formación docente debe ser política de Estado y, por tanto, garantizar que las universidades públicas y privadas no solo seleccionen a los mejores candidatos para ejercer la primordial profesión de enseñar, sino también que sus carreras de educación sigan programas de estudio exigentes para formar a los ciudadanos digitales de conformidad con la realidad social que se vive en los centros educativos públicos.
El autor es educador.
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Las mujeres encabezan el ranquin de títulos en Educación. (Shutterstock)