El bicentenario nos tomó como adormilados, lo dijo de manera elocuente Sergio Ramírez en su artículo «Un aniversario desabrido», publicado en este diario, en días recientes.
Corrimos entonces a buscar, y encontramos algunos hitos que aún nos distinguen de nuestros vecinos y otros, que nos hacen conocidos en el concierto de las naciones, teníamos que hallar razones para celebrar el bicentenario.
Las decisiones que nuestros antepasados tomaron en relación con el respeto a la vida, la educación, los derechos humanos fundamentales, las garantías sociales y la abolición del ejército, siguen dando réditos. Quién duda de la fortaleza social de nuestra seguridad social, con la CCSS a la cabeza, envidiados fuera de nuestras fronteras. El premio Nobel de la Paz y nuestra decisión de apoyo a la naturaleza con fines conservacionistas y de innegable impulso al turismo, motor económico sin chimeneas.
La pandemia se ensañó con dos de nuestros pilares: la seguridad social y el turismo, a la primera, como ya se ha dicho, casi con necedad, la pandemia no causó su estado actual, solo aceleró y desnudó la fragilidad de sus fortalezas y hacen incierto su futuro. El turismo por su parte, se debate entre su incapacidad financiera y un futuro que se reactiva con lentitud.
Comentario aparte requiere nuestra extraordinaria visión de apertura a la globalización y al comercio internacional, zonas francas de la mano, constituyen nuestra reserva para enfrentar el nuevo orden económico mundial.
No crean que se me ha olvidado el tema de la educación, pilar indiscutible de nuestra nacionalidad, precisamente por ser de importancia relativa suprema, la soslayo para un posterior abordaje, pues ha sido por mucho el baluarte de nuestra Costa Rica, hoy en apagón —crónica de un desastre anunciado—. Si no la recuperamos, no tendremos esperanza ni futuro. Materia fundamental para el próximo gobernante.
Reflexión. El bicentenario, a nivel del gobierno y las instituciones públicas, ha estado ayuno de la necesaria reflexión y en especial, de la decisión de enfrentar y decidir tomar el toro por los cuernos. No hay ausencia de diagnósticos —se conocen y son claros—, en artículos anteriores he analizado la falta de eficiencia en el sector público, la ligereza con que la CCSS asumió el «call center», de todos conocido y evidenciado por la prensa nacional. Sin un riguroso análisis financiero y con la impunidad rampante, característica de nuestra sociedad, se augura un solo destino: su desaparición como fortaleza. Esta maravillosa creación de nuestra sociedad cederá ante una aplastante realidad, pues ya no es posible aumentar las cuotas obrero-patronales, deviene en un contrasentido cuando la informalidad toma posiciones cada vez mayores y, en consecuencia, alarmantes. Una decreciente recaudación y el incremento de sus gastos operativos solo augura un destino, por sabido se calla. La tendencia en lo sucesivo será de deterioro de la calidad del servicio, ya no es posible mantener los privilegios de sus empleados, las malas decisiones, la corrupción y la falta de visión.
El lCE, el CNP, el INVU y otras más, han seguido el mismo derrotero, tuvieron sus momentos de gloria y se lo reconocemos, pero siguen viviendo de los goles de Italia 90 y Brasil 2014, ignoran el paso de los años y el concepto de los rendimientos decrecientes. Si no hay renovación de estructuras, no habrá cambio, por supuesto que siempre hemos tenido buenos jugadores: Alejandro Morera Soto, «Fello» Meza, «Catato» Cordero, Hernán Medford, Rolando Fonseca, y muchos más, pero activo: solo Keylor Navas y el tiempo pasa. ¿Llegaremos a Catar? Haciendo lo mismo, difícilmente.
El autor es abogado y periodista.