Don Tomás Dueñas Leiva fue embajador de Costa Rica en Washington del 2004 hasta el 2009. Su misión principal consistió en impulsar la aprobación del Tratado de Libre Comercio entre Centroamérica y República Dominicana y Estados Unidos de América (Cafta, por sus siglas en inglés). Posteriormente, del 2010 al 2013 fungió como embajador en Bruselas a cargo de las relaciones con la Unión Europea.
Su cometido fundamental fue el de promover la aprobación del Tratado de Asociación de América Central con la Unión Europea (Aacue), luego de las negociaciones llevadas a cabo por el anterior embajador, don Roberto Echandi.
En ambas misiones don Tomás tuvo éxito. Cumplió su cometido. Hoy puede decir en voz alta: “¡Misión cumplida!”. Como diría el general romano, fue, vio y venció. En la actualidad, gracias en buena parte a su capacidad y empeño, los dos tratados internacionales, de gran transcendencia para el país, son ya leyes de la República.
¡Gracias…, don Tomás!
Es oportuno mencionar, aunque sea de manera breve, algunas de las razones que le permitieron a don Tomás salir airoso de esos dos desafíos, cuya complejidad era evidente y cuyos resultados se planteaban como inciertos.
1. Don Tomás trabajó con ahínco y entusiasmo porque estaba plenamente convencido de la trascendencia de su misión, y en el sentido de que ambos constituían parte esencial de la estrategia de medio plazo de la política de comercio exterior del país. Dicha estrategia fue diseñada, principalmente, por Alberto Trejos y Anabel González, y a la cual don Tomás también contribuyó. Se trataba, en última instancia, de asegurar el acceso de Costa Rica a los dos mercados más grandes del mundo ¡Ni más, ni menos!
2. Don Tomás dedicó largas horas a conocer a fondo la letra menuda de los tratados, cuyos temas eran numerosos y, con frecuencia, de difícil comprensión. No bastaba conocer los árboles del bosque. Se debía, a la vez, tener una visión cabal del bosque en su conjunto. Tuvo don Tomás la habilidad de rodearse de un grupo de excelentes colaboradores. Esto le ayudó a conocer las fortalezas y las debilidades de la posición negociadora costarricense.
3. Don Tomás dedicó también buena parte de su tiempo a estudiar y analizar los puntos de vista de quienes se sentaban alrededor de la mesa de negociación. ¿Cuáles eran los puntos de vista y los planteamientos de los estadounidenses y de los europeos? ¿Por qué querían negociar con Costa Rica? ¿Cuáles eran sus objetivos? El punto esencial consistía en reconocer, sin ambages, que tanto el Cafta como el Aacue eran de mucha mayor importancia para Costa Rica que para Estados Unidos y la Unión Europea. De hecho, el desarrollo económico de ellos no dependía, evidentemente, del acceso al mercado costarricense. Sin embargo, el crecimiento económico de Costa Rica sí dependía de lograr un acceso expedito a esos dos grandes mercados. Era indispensable evitar los complejos de inferioridad, pero, a la vez, tener una mente clara y una posición realista sobre los intereses nacionales. Don Tomás creó una amplia red de contactos, unos oficiales y otros informales. Una tarea nada sencilla, dado el enjambre burocrático, tanto de Washington como de Bruselas. Este esfuerzo le permitió establecer canales de comunicación e información en ambos sentidos. ¿Cuáles puertas tocar, cómo y cuándo? Todo lo cual requería paciencia, prudencia y persistencia.
4. Pero no solo era indispensable conocer a quienes estaban del otro lado de la mesa, sino también a quienes estaban de este lado. Es decir, los amigos de Centroamérica. En efecto, sus objetivos y posiciones no siempre coincidían con los de Costa Rica. La importancia y urgencia que ellos daban a las negociaciones no eran las mismas para Costa Rica. Por consiguiente, fue necesario también aprender a trabajar y negociar con ellos, en aras de presentar la debida cohesión en las negociaciones.
5. Don Tomás comprendió, desde el inicio, la complejidad de su misión, dados los objetivos diferentes de las partes contratantes y los múltiples temas sobre los cuales era menester ponerse de acuerdo. Lo inesperado sucedía con frecuencia: cambio de posiciones de los negociadores, malentendidos, nuevos argumentos, información adicional y alianzas fallidas.
La rica experiencia de don Tomás pone en evidencia, una vez más, ciertos requisitos para participar con éxito en negociaciones de esta naturaleza:
Ser realista. Es decir, mantener un equilibrio, siempre precario, entre lo que es posible obtener y lo que se desearía lograr; entre lo que se desea evitar y lo que en definitiva se llega a aceptar. Los castillos en el aire son un mal consejero.
Guardar el sentido de la proporción, tanto del avance y progreso de las negociaciones, como de los obstáculos y frustraciones a lo largo del camino. Ni risas, ni lágrimas.
Aceptar el ritmo de las negociaciones. Progresar a paso firme es conveniente, sin duda. Sin embargo, a veces el progreso es desesperadamente lento y, en otras, se abre la posibilidad de pisar el acelerador y avanzar con rapidez. Pretender correr lleva tan solo a decepciones. Es necesario mantener la calma. Ya lo decían los italianos: piano piano per andare lontano .
Aprender a tomar decisiones en condiciones de incertidumbre, en vista de la falta de tiempo, de información, de recursos humanos. Las oportunidades no solo deben aprovecharse, sino, sobre todo, se debe aprender a crearlas.
Reconocer que el recorrido más corto entre dos puntos no es una línea recta. Los vericuetos son frecuentes, se quiera o no. Las carambolas a tres bandas, con frecuencia, están a la orden del día.
Don Tomás enfrentó retos importantes y salió adelante de manera muy satisfactoria para el país. Todos debemos agradecerle su labor. Gracias…, don Tomás.
El país debe aprovechar sus conocimientos, su experiencia y sus ganas de trabajar.
Esperamos que así sea, pues aún queda un largo trecho para salir del subdesarrollo.