Las hojas se desprenden. Los pájaros buscan sus nidos y el cielo oscurece. Dicen que la sociedad es un reflejo de cómo somos y actuamos las personas. Sociales, gregarios e históricos, somos receptores de una herencia que debemos enriquecer y transmitir a las futuras generaciones. Esta misión social es una responsabilidad: participar como ciudadanos en los asuntos públicos. Estar al día, reflexionar, tener criterio para opinar y actuar.
Nuria Chinchilla, Esther Jiménez y Pilar García-Lombardía, en su libro Integrar la vida, proponen un itinerario hacia la integración de las distintas esferas de la existencia: personal, familiar, laboral y social.
Una integración que supone liderazgo. Gestión. Afirman que la misión social se hace operativa a través de diferentes roles. El político, para acudir a las urnas e ir más allá: participar, formar criterio, pronunciarnos sobre asuntos públicos concernientes al gobierno, la sociedad y el mundo. El económico, para producir y consumir bienes y servicios responsablemente y también ser económicamente productivos. El social, para contribuir a humanizar la sociedad.
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Las autoras señalan que actuar en nuestro entorno supone ser proactivos, prestar atención, tiempo y energía a nuestro círculo de influencia en lugar de concentrarnos en nuestro círculo de preocupación. Es mejor ocuparse que preocuparse. Citan la frase que se le atribuye a Winston Churchill: «Pasé más de la mitad de mi vida preocupándome por cosas que jamás iban a ocurrir».
El círculo de influencia se refiere a aquellas cosas en las que podemos actuar, como crear y fomentar relaciones estables y duraderas, dedicar tiempo a nuestra familia, emprender, apoyar las relaciones en la comunidad, moderar el consumo de bienes y servicios, ayudar a los desprotegidos, ser miembros de una ONG, dar ejemplo. Esto supone priorizar y seleccionar los espacios en los que nuestra aportación puede ser valiosa.
Los cambios sociales, laborales y políticos llevan velocidad e intensidad; las direcciones y decisiones importan. El cortoplacismo dificulta la reflexión. A ello se suma una «sobredosis de información» que se difunde en los medios de comunicación en «formatos estandarizados», que tienden a unificar y simplificar las ideas.
El resultado es una ausencia de reflexión y de contraste de opiniones, apuntan las autoras. Lo políticamente correcto se impone al pensamiento propio. La neutralidad crea nuevos estereotipos. Esto favorece la llamada posverdad. Todo es subjetivo. Las opiniones son consideradas como realidades, y confunden la opinión con la verdad.
Séneca decía que las opiniones hay que pesarlas, no contarlas. No todo es opinable. Un ejemplo de ello son los frecuentes abusos de poder en la historia, comentan.
El filósofo francés Paul Ricoeur advierte que la sociedad actual se caracteriza por una «hipertrofia de medios» (que bien podríamos aplicar a la burocracia) y «una atrofia de fines». Los medios se derivan de los fines.
El norte es importante. Un propósito y sentido. No habrá liderazgo social sin liderazgo personal. Esto supone que seamos agentes de cambio. Ser agentes de cambio conlleva ser conscientes de la posibilidad de influir positivamente en la sociedad e implicarnos. Ponernos en marcha para contribuir al bien social empieza por presumir que el cambio es posible. Este cambio supone reflexión, dirección y acción. Asimismo, fundar esperanza, porque también las hojas reverdecen, los pájaros anidan y los horizontes se abren.
La autora es administradora de empresas.