Existen madres y padres analfabetos en el amor cuyos hijos jamás recibirán su cariño, existen millones de personas que viven solas y a quienes nadie espera en sus casas, y, por asombroso que resulte, existe también gente que no sale a bailar porque no le divierte y, en cuanto a enamorarse, realmente eso tampoco depende de uno (“casamiento y mortaja del cielo bajan”, reza el refrán popular); en cualquier caso, todas estas alternativas son tan frágiles y tendenciosas como la fortuna de una estrella de rock , pues, como esta, se fundamentan por completo en lo de fuera, sujetas a la volatilidad ambiental.
Ser feliz, pese a... Uno debe ser feliz a pesar de que no te quiera tu madre, de vivir solo, de no salir a bailar e incluso de no enamorarse por las circunstancias que sean. Incluso, me atrevería a decir, aun a riesgo de ser tildado de audaz, que en ciertos casos uno puede ser muy feliz precisamente a causa de que se dé todo lo anterior. ¿Acaso existe mayor liberación que desprenderse de lo externo, a modo de una piel vieja que se descama, para acceder al reducto sagrado, íntimo, de lo interior, donde la autenticidad es tal que el entorno, adverso o favorable, no pueda trastocarla? ¿Acaso los marginados, los encarcelados, los oprimidos no pueden ser felices? Nelson Mandela pasó 27 años en presidio y se convirtió en el líder más importante de Sudáfrica y en un referente mundial; Ludwig van Beethoven y Christian Andersen tenían ambos madres alcohólicas que los ninguneaban, y el primero compuso la impresionante Oda a la Alegría en su Novena Sinfonía y el segundo escribió cuentos de tanta ternura como El patito feo o La familia feliz . La esclerosis lateral amiotrófica de Stephen Hawking obviamente le impide salir a discotecas, pero no danzar con el universo, dilucidando teorías sobre astros luminosos y agujeros negros.
El concepto de felicidad del artículo de marras es puramente epidérmico y, al estar basado en lo exterior, no se diferencia en nada de la felicidad frívola (pseudofelicidad) de las estrellas (pseudoestrellas) mediáticas. Por lo tanto, para diferenciar la felicidad fraudulenta de la real, no solo hay que señalar con dedo acusador al mundo de la farándula: cada uno de nosotros alberga miserias adoradoras de lo falso que solo pueden combatirse en lo secreto del interior.