Estamos en guerra y vamos perdiendo: los hospitales están saturados, 3.217 personas han muerto y 872 están hospitalizadas, según el corte al 29 de abril.
Estamos siendo convocados a pelear. Nuestro ejército de médicos, paramédicos, enfermeros y personal de hospitales y clínicas se encuentran en el frente de batalla y necesitan de todos nosotros. Los grandes conocedores de la guerra, Sun Tzu, Eisenhower, Alejandro, Nelson y muchos más, sabían que en las batallas la victoria es para quien tenga el apoyo del pueblo al que defienden, de la logística de sus batallones, del sacrificio de todos en pos de un solo fin común: derrotar al enemigo.
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Pero otra vez, ¿qué nos pasa? Mientras nuestro ejército y sus comandantes supremos libran la más feroz de las contiendas que nos han tocado como país, su mismo pueblo derriba los puentes por donde debe pasar la artillería, sabotean las municiones para que no disparen, echan agua a la gasolina de los aviones de combate para que se caigan solos.
¿Como venceremos si nosotros mismos no aportamos sacrificio, si algunos adictos a la red creen saber más que los científicos que lideran la campaña y se convierten en quintacolumnistas, espías, saboteadores, difusores de mentiras o enemigos íntimos a sabiendas, o sin saberlo, de su propio futuro.
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Nos atacaron, estamos bajo ataque, y si nos comportamos como pusilánimes cobardes vamos a perder esta guerra y después, como los cobardes que fuimos, lloraremos no sobre la plata que dejamos de ganar, sino sobre las cenizas de nuestros muertos, o no lloraremos del todo porque los muertos no lloran.
Que no sean solo unos cuantos los que carguen con el esfuerzo de la guerra, que no solo los barberos, ni quien vende las empanadas, ni los obreros y emprendedores solitarios deban cerrar mientras pasa el bombardeo, también deben aportar su cuota de sacrificio aquellos que de por sí no hacen nada para ganar la guerra.
No sé a cuantos, ni voy a perder tiempo en contarlos, funcionarios e instituciones o departamentos, servicios nacionales de esto y del otro, direcciones generales de aquí y de allá, que no tienen nada que proporcionar a esta campaña nacional, no les importa porque están confiadamente recibiendo su sueldo si o sí. También deben sacrificarse, porque si perdemos la guerra, también sufrirán.
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¿Con qué les pagarán su sueldo? ¿A quién le reclamaran después sus privilegios? Desconozco, no sé, tal vez no quiera saberlo, si existe marco legal en estado de guerra que permita, así como se cierran negocios en tiempos de lo peor de la pandemia, que también se cierren temporalmente instituciones intrascendentes y se destinen sus recursos a la compra de vacunas, a ver de que manera aumentamos la capacidad hospitalaria ya.
Dejemos de lado el egoísmo y las banalidades, peleemos todos esta guerra, para que cuando ganemos celebremos la victoria juntos, con la frente en alto y con la convicción de haberlo hecho entre todos.
No seamos los que saludan con sombrero ajeno, o como el soldado que lamentó toda su vida no haber estado en la batalla en la que murieron sus camaradas. Pídanme sacrificio y me sacrificare, pero vamos todos, porque la guerra no es solo mía.
El autor es geólogo.