El derecho a la cultura es el menos citado en el discurso político, en el artículo de prensa, en el ensayo filosófico o en el libro de ciencia política. La cultura es la “dimensión mas olvidada en el campo de los derechos humanos”, como se expresó en el Fórum Universal de las Culturas, celebrado en Barcelona en el año 2004. En las sociedades empobrecidas y marginadas es apreciable esa ausencia en grados alarmantes, hasta el extremo de poder afirmar, con propiedad, que es una de las mayores tragedias del mundo subdesarrollado.
En nuestro país hubo, en una época, preocupación nacional por la educación y la cultura, inquietud que va despareciendo poco a poco en algunos sectores políticos –sobre todo el aspecto de la cultura – como lo hemos apreciado en la Asamblea Legislativa en estos días.
Un diputado – señalado por su compañero de fracción “que no tiene como principal objetivo resolver problemas de las comunidades”– manifiesta que se puede prescindir del presupuesto de cultura, porque hay otros rubros de mayor interés.
En esto hay un error de fondo, tanto económico como político. Hoy ya no es posible hablar de desarrollo de la sociedad democrática si no se entiende que la cultura es el derecho humano supremo del cual dependen la fortaleza y vigencia de todos los demás derechos. Y como esto no lo entienden algunos, hay que demostrarlo técnicamente.
Cuando hay crisis económicas y de valores en las naciones, lo primero que se pone a prueba es su cultura, la capacidad adquirida que tiene un pueblo para usar adecuadamente la ciencia, la tecnología, la libertad, los derechos y el concepto que tenga de la democracia, para evitar que la tragedia lo atropelle y lo destruya.
Y cuando la crisis se presenta en épocas en que se ha dejado atrás el sentido humano de la vida –como la actual – la inquietud ha de ser mayor porque los procedimientos que se tienen a mano para resolverla se pierden o se olvidan ante una realidad pragmática que nos obliga a pensar solamente en el dinero y en todas las baratijas que la tecnología moderna produce y obliga a comprar.
En la actualidad hay una orden mundial, un pensamiento unido, que impulsa a reducir a grados extremos la capacidad del Estado para atender a las necesidades fundamentales de la nación, al colapsar un sistema de producir que tiene por base la especulación sin moral y el olvido total de los mejores valores históricos del espíritu humano.
Para evitar un daño mayor la tradición cultural de un pueblo se debe levantar, defendiéndose, de la destrucción total a que quieren someterla. En la mayor parte de los países del mundo occidental se reducen gastos de los presupuestos, comenzando por la educación y la cultura, al considerarlos secundarios ante las grandes necesidades que la crisis ha provocado.
Y aquí es donde deben hincar los pueblos los talones en su tradición histórica, en su concepto de los valores fundamentales, para detener una corriente maligna que trastoca principios y pretende suplantar el libro, la obra de arte, la expresión musical y la ciencia a favor de las buenas causas, por el lucro, la avaricia y la especulación mundial sin control.
La gran tragedia de la época actual no es tanto la quiebra de las entidades económicas y financieras, y su consecuencia inmediata – la desocupación masiva – como el robo que se está haciendo de las diversas entidades nacionales, es decir, de la cultura y de su propio grado civilizador. Dejaron de orientar los intelectuales (filósofos, profesores, humanistas) desplazados por prestamistas y tecnócratas a su servicio.
La lucha, hoy, es por no permitir que nos roben lo que hemos sido en el campo político, como defensores de libertades y derechos, y lo que hemos sido en el desarrollo espiritual. Si no somos capaces de conservar un mínimo cultural y educativo, no podemos hablar de ningún avance en el desarrollo general, porque todo depende de lo que somos como personas cultas, preocupadas por un estatus material y espiritual, en el entendido de que si prescindimos de lo espiritual, lo material no tiene sentido.
Por todo esto es por lo que me he opuesto decididamente al recorte en el presupuesto nacional para el Ministerio de Cultura y Juventud. Y por eso he ido a conversar con los diputados para rogar que defendamos todo lo que el Estado debe hacer en el amplio campo cultural; para que se nos permita continuar trabajando en el mantenimiento de edificios históricos, en la enseñanza de las artes y en el rescate de las tradiciones nacionales, esfuerzo nacional que el actual Gobierno hace a favor de la cultura del país.