El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, cumplió la amenaza lanzada durante su campaña política y dio muerte al Plan de Acción Integral Conjunto (legado de Obama) que resolvía el asunto nuclear con Irán.
Desoyó petición de muchos países y se retiró del acuerdo como lo ha hecho con otros en el ámbito global porque no son de su agrado.
Que Benjamín Netanyahu, en un acto circense (o síndrome de Hubris) presente un armario lleno de “pruebas” y mapas satelitales sujetos a interpretación para convencer a quienes no saben nada de la materia, no es más de lo cual ya ha venido haciendo contra el acuerdo nuclear desde mucho antes de su firma en el 2015.
La Organización Internacional de la Energía Atómica (OIEA) ha ratificado en reiteradas ocasiones el cumplimiento del acuerdo por parte de Irán, y así lo reconoce la ONU más los países garantes: China, Francia, Inglaterra, Rusia, Alemania y EE. UU., e Irán, más los observadores internacionales que operan in situ; no hay razón lógica para los reformistas iraníes hacer lo contrario.
EE. UU. renuncia al acuerdo en razón de la influencia iraní en la región. Pero el ejercicio de hipocresía va más allá porque, si de influencias se trata, en la región también participan los turcos, los saudíes y los israelíes. ¿Cuál de estas es la “buena”?
Las nuevas sanciones contra Irán empeorarían las guerras en Siria y Yemen, alejarían a Teherán del control de la comunidad internacional y habría posibles sacudidas en el mercado petrolero porque, con el gradual levantamiento de las sanciones, Irán ha exportado 3 millones de barriles diarios a China y la India y una cuarta parte a Europa.
Este escenario beneficiaría a Arabia Saudita porque, cuando Irán no pueda suplir el crudo, le será comprado a ellos. Las nuevas sanciones anunciadas por Trump serán contra cientos de empresas extranjeras que empezaron a comerciar de nuevo con Irán y por temor a perder acceso a créditos internacionales darían por concluida su relación con el país persa.
¿Donde unos pierden otros ganan? Rusia y China, cuya influencia en Oriente Próximo va en aumento, podría significar un amortiguador para el impacto de las nuevas sanciones para la economía iraní, pues tienen gigantescas inversiones por la nueva Ruta de la Seda, principalmente en infraestructura petrolera, habilitación y modernización de puertos, banca y finanzas.
La retirada de EE. UU. del acuerdo, no lo invalida, dado que es un acuerdo multilateral vigente por decisión unilateral de Trump y, como tal, puede seguir operando tal cual con el apoyo de la OIEA y la ONU.
Trump tomó una decisión propia de un inexperto en política internacional sobre cómo funcionan los fenómenos en una de las regiones más convulsas del orbe. Esto contrasta con el proceso de acercamiento a Corea del Norte, país que sí tiene arsenal nuclear y el mismo Trump podría poner en peligro las futuras negociaciones.
Si el resto de los países deciden renunciar al pacto, representaría un fuerte golpe para el presidente iraní, Hasán Rouhaní, y los reformistas, quienes le apoyaron para llegar al acuerdo diplomático, teniendo como testigo a la comunidad internacional. Un logro inesperado porque los ayatolas siempre fueron del criterio de que el desarrollo nuclear iraní no era negociable. Sin duda, habrá un gran riesgo de mayor enfrentamiento debido a que Israel y Arabia Saudita están decididos a revertir la influencia iraní en la región, justificación dada por Trump para renunciar al acuerdo.
Es muy prematuro prever una renegociación del acuerdo nuclear. Irán no renunciaría a sus influencias regionales, es un país encerrado por 30 bases militares de EE. UU. desplegadas en los países árabes del golfo.
Turbulencia como juego de poder. Las relaciones entre EE. UU. y Europa no han sido las mejores. Las preguntas son: ¿El ahora G-5 hará prevalecer el enfoque del acuerdo por encima del retiro estadounidense?, ¿qué podría ser capaz de hacer Trump contra estos países? y ¿serán amigos o enemigos, como los califica la embajadora de EE. UU. en la ONU, Nikki Haley, en un vaivén de amenazas constantes contra todos?
Toda esta retórica es un reflejo de una administración Trump que encuentra en el conflicto una necesidad y en la amenaza una forma de control.
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En todas estas turbulencias, como decía el teórico James Rosenau, “dependerá de cómo las potencias respondan ante cualquier fenómeno esperado o inesperado”, como una salida a los efectos que tendrá en el futuro la decisión de un país y de si las demás naciones se enfrentarán, en este caso específico a EE. UU. para que lo decidido por Trump no sea tan catastrófico para Irán.
Es vital que los cinco países garantes que quedan (G-5) en el acuerdo nuclear, y principalmente Irán, que se mantengan en el cumplimiento de las obligaciones contraídas como una forma de contrarrestar las amenazas de EE. UU. a todos aquellos acuerdos regionales y globales que no se ajustan a sus intereses únicos.
El autor es profesor en Erbil, Kurdistán, Irak.