Doña Chona y don Tranquilino protagonizaban, a primeras horas de la noche en la radiofonía de los años sesenta, un programa costumbrista humorístico y satírico de la vida nacional, de gran audiencia, cuya cantaleta repetía: “vienen de todos lugares... y también de Puriscal”.
Esta coloquial expresión, con la cual sus amigos le recordábamos su origen humilde y rural, del cual sentía sumo orgullo, le arrancaba al magistrado Mora una espontánea sonrisa, provocándole un semblante que lo hacía chispear. No reaccionaba en ese momento, como tampoco en muchos otros de su vida, como el Señor Presidente de la Corte Suprema de Justicia, sino como era él prácticamente siempre, el hombre que por ser simple, sencillo, alegre y profundamente humano alcanzó, como diría Martí, sin proponérselo, dimensiones de grandeza.
Ese amigo, grande en estatura física y moral, a quien no mareó nunca el ejercicio del cargo ni las fumarolas del poder, se agranda en la historia patria no solo por sus dotes personales y académicas, sino esencialmente por su legado a la Administración de Justicia en Costa Rica, y a la defensa incondicional como juridicidad pura en sentido formal y sustancial de la Constitución, y del Estado social de derecho.
Quienes trascienden son como él, imprimen su sello y estilo a la dinámica del trabajo que realizan, en su caso a la función pública bajo el alero inspirador de la ciencia del derecho, en sus diferentes facetas: profesor, juez, magistrado, cargos a los que se adhirió por genuina vocación de servicio.
No está ya físicamente presente entre nosotros, pero aún cuelgan en los pasillos judiciales su ánimo de llegar al ciudadano de a pie, con un mensaje expreso en los carteles que llaman al funcionario judicial a colocarse en los zapatos del usuario, dejando... su huella, propiciando el buen servicio.
Su típico don de gentes enraizado en lo más profundo del ser costarricense le dio aliento democrático a la Corte, tanto en su preocupación por el derecho del usuario ante la Administración de Justicia, hasta salir a la calle en la inédita marcha de los tacones y las corbatas, en defensa y respeto, sin ambages, del sistema de división de poderes.
Con la hidalguía y el señorío con que se atajan en campo abierto las amenazas del autoritarismo de turno, y blandiendo como única arma el respeto a la Constitución y a la majestad de la ley, interpretó de la mejor manera un momento aciago de nuestra historia patria, sacando a la opinión pública lo más altivo y bravío de nuestra nacionalidad, con lo que también dio prueba de un ejercicio del cargo con la dignidad y decoro que le daba su convicción de gran demócrata.
Ahí están, como legado argumental y por escrito, para enriquecer día a día las más bellas páginas de nuestra historia institucional, o para inspirar en silencio el estudio de un iniciado estudiante de Derecho, los cuatro pilares de su testamento político en su más rica expresión de valor jurídico. La modernización del Poder Judicial, la defensa de las libertades públicas ante la Administración por su aporte en la creación y reforma de la Sala Constitucional, su filosofía personal que es profundo acto de sabiduría democrática en el voto de minoría a la reelección presidencial, y en el discurso de la silla vacía, ante el reciente intento de asalto fallido a la división de poderes con ocasión de la nueva designación del magistrado Cruz.
Testamento que es mezcla idónea de gran amor por el Derecho, idea de progreso institucional, sentido práctico de la política, interés y respeto absoluto a nuestra tradición de pueblo culto y democrático, y defensa a ultranza de los derechos ciudadanos ante el eventual abuso de las potestades de la Administración.
La gran incógnita es cómo se resolverá ese enorme vacío de poder, que deja esa talla grande de la juridicidad costarricense. Solo atino a pensar e invitar respetuosamente –como lo haría cualquier ciudadano de bien– a que den un paso adelante, aquellos(as) que tengan la misma cultura jurídica, la misma inspiración democrática, la misma integridad moral, y la misma valentía personal para separarse de todo aquello que contamina la Administración de Justicia, que nos legó para siempre ante el altar de la Patria nuestro admirado expresidente de la Corte Suprema de Justicia, ese gran ciudadano en sentido extenso de la expresión, que con el mejor sentido de lo nuestro, al estilo de doña Chona y de don Tranquilino... vino de Puriscal.