Toda roca, por simple que parezca, cuenta de dónde viene y cómo se formó a lo largo del tiempo
Escuchar
PorRoberto Protti Quesada
Cavilaba el poeta Darío en la eterna angustia humana de la conciencia de lo vital. Envidiaba al árbol que apenas podía sentir la brisa moviendo sus ramas, botando sus hojas secas o sufriendo el calor estival de la costa occidental nicaragüense. Pero envidiaba aún más a la dura roca porque no tenía sentimiento ni sensación alguna. Ni frío ni calor, nada es perceptible para una roca perdida en la montaña o embriagada de sol en una playa. Sí puede ser afectada por los cambios del tiempo, hincharse al calor o contraerse ante el frío, quebrantarse por los golpes y embates de las olas o fluir del río, pero de eso a sentir hay toda la diferencia del mundo.
Pero resulta que las rocas hablan, en silencio, suavemente y poco a poco. Toda roca, por simple que parezca, habla, cuenta su historia, dice de dónde viene, cómo se formó y en la cuarta dimensión nos habla del tiempo enorme que usualmente ha pasado desde que no era y luego fue.
Veamos solo un caso. Caminando por alguna playa en Caldera, Tivives o Punta Leona, una piedra al pie del acantilado llama la atención por su tamaño. Resulta algo grande en comparación con la arena que la envuelve. La tomamos y, al mirarla con detalle, vemos que está formada a su vez por granos de arena, algunos son cristales muy pequeños, claros o más oscuros, y todos cementados por una sustancia casi invisible, a veces blanquecina, dentro de la que además hay pequeños restos de conchas de moluscos y bivalvos (caracoles y conchitas, en lenguaje coloquial).
Si podemos entender el lenguaje de la roca, nos dirá que hace millones de años, unos 25 por lo menos, un volcán o probablemente muchos a la vez expulsaron lavas y cenizas. Algunos de los componentes de la erupción se habían formado dentro de las cámaras magmáticas a alta temperatura. Plagioclasa y piroxeno son ahora los cristalitos blancos y negros que vemos en nuestra roca.
Nos dirá que los cristalitos fueron expulsados hacia fuera del volcán dentro de una masa de lava, roca fundida en estado viscoplástico, que fluyó ladera abajo del volcán hasta que su enfriamiento formó una roca madre. La madre de nuestra roca de la playa.
La inexorable erosión actuó casi de inmediato. La lluvia, la acción de ácidos de materia orgánica en descomposición, humedecimiento y secado, inviernos y veranos alteraron y cambiaron la roca original, la disgregaron, la rompieron en pedazos cada vez más pequeños que fueron arrastrados por los ríos y quebradas hasta su sitio donde fueron depositados temporalmente en el fondo de un mar poco profundo, en donde pululaban caracoles, conchitas, sus presas y sus depredadores.
Todos los cristalitos, fragmentos de la lava madre, fósiles, quedaron sepultados en la arena hasta que luego de otros millones de años la arena se hizo roca. Así nació nuestra piedra. Unos pocos millones de años después las fuerzas enormes de la tectónica levantaron poco a poco, o tal vez a saltos, el fondo marino y, en ese proceso, las olas excavaron y erosionaron el acantilado a una velocidad menor que aquella con que se levantaba la muralla de roca.
Esto nos cuenta nuestra roca, se debe a que podemos ver el acantilado. Si la velocidad de erosión le ganara a la velocidad de levantamiento, no habría acantilado. Lógico, ¿no?
Las rocas del acantilado, expuestas a la acción de la tectónica, a sismos constantes, además de ser discontinuas por naturaleza, de estar estratificadas en capas, están fracturadas.
En realidad, dice la roca que los acantilados que vemos son macizos rocosos anisotrópicos y heterogéneos, lo cual significa más o menos que se trata de masas enormes de rocas no continuas, que cada cierto tiempo caen de lo alto del acantilado y que de vez en cuando se deslizan hacia el mar en sitios en donde las capas se inclinan en esa dirección, como recientemente ocurrió en Punta Leona.
Y no termina aquí nuestro monólogo en cuatro dimensiones con la roca de la playa, en el que solo la roca ha hablado, nos ha contado de su espacio y su tiempo, y lo seguirá haciendo con los geólogos del futuro que tengan la dicha de aprender a oír el lenguaje de las rocas.
El autor es geólogo, consultor privado en hidrogeología y geotecnia desde hace 40 años. Ha publicado artículos en la Revista Geológica de América Central y en la del Instituto Panamericano de Geografía e Historia (IPGH).
En beneficio de la transparencia y para evitar distorsiones del debate público por medios informáticos o aprovechando el anonimato, la sección de comentarios está reservada para nuestros suscriptores para comentar sobre el contenido de los artículos, no sobre los autores. El nombre completo y número de cédula del suscriptor aparecerá automáticamente con el comentario.