De seguido, un artículo del señor Julio Rodríguez sobre el tema ( La Nación , 5 de octubre pasado) va en dirección antagónica y señala que una posición como la del señor Jensen no es un caso aislado a nivel nacional. Este segundo artículo comparte con el primero la virtud de abrir una discusión, al margen de la postura o visión de mundo que se tenga, dado que un artículo se debe dialógicamente al otro.
Censura. Muy diferente ha sido el paso dado por la rectora de la Universidad de Costa Rica, quien simplemente destituyó a un vicerrector por haber expresado su opinión en un periódico (no recuerdo que en esta universidad alguna vez se hubiera destituido a un vicerrector, y menos por semejante motivo). El gesto resulta desproporcionado y parece deberse solo a cierto modo no recomendable de hacer política universitaria.
La censura y la limitación de las libertades de expresión y de cátedra, otra vez a la vista, no son temas nuevos: ahí está, por ejemplo, el atropello a la conferencia del señor James Watson, precedente de hace unos pocos meses, propiciado por el Consejo Universitario con oscurantismo, y lleva toda la razón el señor Jensen al considerar que esas libertades han sido quebrantadas en su caso.
Dentro de la institución no es imposible topar con pequeñas tiranías que atenten contra esas libertades y otros derechos fundamentales; pero que sea la propia rectora, y por la vía del exabrupto, la que ahora arremeta contra esas libertades, lleva a desear cada vez más el cercano término de su gestión.
Una universidad no es una empresa, sino una casa de enseñanza superior. Por eso mismo, una rectoría no es la gerencia de una empresa y un vicerrector no es un subgerente, como se ha empezado a decir con ligereza. Si bien la manía de no llamar a las cosas por su nombre constituye un hábito nacional, esta vez valdría la pena saber qué entiende la señora Yamileth González por lealtad y solidaridad, sobre todo porque no es un secreto que ha destituido a un vicerrector que aspira a ser rector prontamente, y aún queda otro vicerrector que pretende ocupar ese puesto. Por lo tanto, no creo trivial que se llegue a saber si ella misma, al achacar deslealtad y falta de solidaridad al vicerrector destituido, está siendo leal y solidaria con el otro vicerrector que también aspira a ser rector.
Preocupante
A su vez, si la autonomía universitaria es inviolable, como acaba de reconocer la Rectora en el Semanario Universidad del pasado 12 de octubre, debe preocupar que un ente como el Banco Mundial vea con malos ojos que se limite la influencia del gobierno en las universidades, pues para eso es que existe la autonomía universitaria.
También produce inquietud que la Rectora diga defender tal autonomía cuando destituye a un vicerrector que ha salido en defensa de ese principio. Si solidaridad y lealtad significaran guardar silencio ante los eventuales peligros de la autonomía universitaria, es mejor no pensar en toda la buena conciencia con que podríamos verla desaparecer.
La lealtad debe nacer en cada persona, crecer y extenderse como muestra de consistencia subjetiva, no de repliegue, enajenación e instinto gregario. En la universidad son indispensables el disentimiento y la discusión (véase su declaración de principios); sin ellos la crítica y el pensamiento desaparecen, como en el totalitarismo. Esto la propia Rectora alguna vez lo tuvo bien claro ( La Nación , 3 de febrero de 2011): “Si en un lugar como la UCR no hay derecho al libre pensamiento o a la libertad de ideas, estamos muy mal”. Pero ahora no pareciera importar a la jerarca ser el más visible foco de un mal que antes ella misma rechazara: destituir represivamente a un vicerrector y llevar la institución por donde muchos no queremos que vuelva a ser llevada.