«Nada tengo en contra de las ciencias económicas. Ni de los economistas como personas. Pero considero inaceptables para el pueblo las medidas que proponen para atacar los males que nos aquejan.
»Si los millones de la deuda de Recope, que son una bofetada para la ciudadanía; el faltante de la Caja de Seguro Social, del ICE y de Acueductos y Alcantarillados se van a solventar con subir más el precio de los combustibles, las cuotas de la Caja, la electricidad, los teléfonos y el agua, así hasta yo soluciono los problemas deficitarios del sector público. De la manera más fácil. Mas, si se aceptara esto, los malos manejos de las instituciones, el derroche y los abusos quedarían avalados, ya que en adelante sería siempre el ciudadano común y corriente el que pague lo que deben».
Lo que usted acaba de leer son los dos primeros párrafos de un artículo publicado el 28 de mayo de 1982 en este periódico, titulado «Así, hasta yo», escrito por Niní Chinchilla Orozco.
Doña Niní fue profesora del curso de Historia de las Instituciones, en la Universidad de Costa Rica, y diputada por el Partido Liberación Nacional en el cuatrienio 1978-1982. Fue docente y decente, pues, como señala Rocío Fernández, «renunció a la curul en defensa de principios inclaudicables».
En el pasado, la mayoría de los diputados a la Asamblea Legislativa sobresalían por la elocuencia de sus discursos. Hoy ya ni eso. Muchos no son capaces de expresarse adecuadamente. Dicen disparates.
Algunos van a calentar la silla y ni la voz se le conoce. Legislan en beneficio propio. No son capaces de trabajar desde sus casas, como los miles de personas que se han adaptado a las exigencias actuales. Tampoco están dispuestos a renunciar a los 500 litros de combustible al mes, que son de uso discrecional a pesar de percibir ingresos por casi ¢4 millones.
Se separan de sus partidos, pero no dejan el cargo, a pesar de haber promovido un proyecto de ley que así lo establece. Hoy es más probable encontrar dragones que diputados con la prestancia de antaño.
Al igual que doña Niní, yo tampoco tengo nada contra los economistas. Es una profesión útil, aunque muy teórica. Y es inaudito que la Aresep, donde no faltan los jugosos salarios, propios de un emirato árabe, se dedique a aprobar cada aumento de precio que le solicitan con unos modelos tarifarios arcanos e insondables como el ranquin de la FIFA.
Nuestra «refinadora» cumple una excelente labor… como caja chica del Estado. Tiene más de 10 años sin refinar ni una gota de petróleo. Y ni que decir de Acueductos y Alcantarillados, donde reina el desorden en sus estados financieros. ¿Sabía usted que a abril de este año tuvo una pérdida neta de ¢1.534.494.781? Casi la mitad de ese monto se paga en consultorías.
Que hay pandemia, bueno sí, Costa Rica no podía quedarse al margen de esa nefasta tendencia a privatizar las ganancias y socializar las pérdidas.
Protesto porque instituciones públicas o semiautónomas (concepto que nunca he entendido) son mantenidas con vida de manera artificial. Su razón de ser, si alguna vez la tuvieron, se esfumó.
Podría amanecer citando ejemplos, pero me limitaré a tres: la Junta de Administración Portuaria y de Desarrollo Económico de la Vertiente Atlántica (Japdeva) ha recibido ¢65.000 millones en los últimos años, afirmó la diputada María Inés Solís, y quieren darle ¢6.000 millones más; las pensiones de lujo de 9.600 personas consumen el 11,5 % del presupuesto nacional, la cifra la dio el exministro de Hacienda y candidato presidencial Rodrigo Chaves; y en el Poder Judicial, la justicia pronta y cumplida es letra muerta en nuestra Constitución Política, otra farsa que nos cuesta millones.
Estos ejemplos me recuerdan al Guasón (interpretado por Jack Nicholson) tirando billetes en el desfile del 200.° aniversario de Ciudad Gótica.
Tal vez sea arar en el mar. O quizá despertemos y dejemos de ser el pueblo domesticado al que hacía alusión don Pepe Figueres. Sería maravilloso. Tengo la fe de que así será. Depende de nosotros. Dentro de cuarenta años lo sabremos, o antes. Allá nos vemos.
El autor es oficinista.