Vivo en Escazú, justamente en el límite con Pozos de Santa Ana y sobre la ruta 310, muy transitada. Como muchos otros costarricenses, detrás de altas tapias y con buenos portones metálicos. Amante de la naturaleza, con alguna zona verde y árboles frutales para atraer fauna terrestre y volátil en libertad.
En estos días, al levantarme, tuve la gran sorpresa de mi vida: dentro de la propiedad, sobre el zacate, reposaba sin vida lo que menos podía imaginar, un tepezcuinte (según Carlos Gagini, «Cuadrúpedo montés muy estimado por su carne»).
¡Sí, un tepezcuinte! Un animalito al que yo solo conocía por fotografías, y que después, ayudado por mi cónyuge —que sabe de esto— resultó ser una hembra en estado avanzado de preñez. Inmediatamente, la pregunta: ¿Y cómo llegó hasta aquí este animalito montés (léase bien: montés), si por estos rumbos va quedando solo cemento, cemento, cemento…?
La duda se despejó muy pronto, inquiriendo con algunos vecinos del cercano barrio Bosques de Santa Ana. Bajando desde Escazú por la carretera 310 y llegando a dicho barrio, en lo alto de una colina, hasta hace poco muy respetada, se ha comenzado a construir un condominio. Para ello, se ha destruido la colina, con toda la vegetación que constituía el hábitat, hasta entonces respetado, de toda una comunidad de aves y mamíferos, de las pocas que van quedando en esta zona del país.
Un vecino nos aclaró que simultáneamente con el desmonte han ido saliendo empavorecidos sus silvestres moradores, en busca de algún refugio en las cercanías.
Barajamos la hipótesis de que nuestra tepezcuinte parece ser una de las víctimas de ese urbanismo desaforado tan propio del libre mercado, que arrasa con todo y que cuenta con todos los permisos municipales para hacerlo. ¿Y los departamentos o secciones ambientales que uno sabe instalados en tantas municipalidades, ahí en Santa Ana o en Escazú, por poner dos ejemplos? ¿Hay alguien que detrás de un escritorio realmente se preocupe por lo que sucede con toda esta vida natural: árboles y fauna, incluido el cuento tan bien contado del carbono neutral, de lo que tanto nos vanagloriamos?
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Ya está bueno de abusar con nombres que aluden a bosques inexistentes. Porque en el barrio mencionado, solo se ven árboles en un pequeño parque, cuyo ejemplar mantenimiento ad honorem corre a cargo de dos jóvenes vecinos. Y frente a mi casa se localiza un enorme condominio, donde no hace mucho bullía un espléndido cafetal lleno de vida silvestre. Hoy, del enorme cafetal no queda una sola planta, pero sigue siendo un bosque de mentirijillas…
Los humanos de hoy, aquí y en todo el planeta, no cesamos de crecer en número, y no contentos con lo mucho que tenemos tomamos con violencia y desparpajo el espacio vital de otras criaturas. ¿Estaremos cavando nuestra propia tumba como especie al olvidar que solo somos un eslabón de la gran red?
¿Dónde estáis, defensores del planeta verde?
El autor es ensayista, profesor pensionado de la UCR.