El título es sugestivo y forma parte del nutrido elenco de sorpresas que nos ha deparado este fin de siglo: Mujer desafía a Arafat. Hace solo tres años, esta noticia habría sido una tomadura de pelo o el fruto de una imaginación enfebrecida. Pero, gracias a los acuerdos de Oslo I y II, este enfrentamiento será una realidad el 20 de enero de 1996. La democracia, como se estila en el lenguaje del toreo, toma oficialmente la alternativa del terrorismo.
El hecho de que uno de los candidatos para disputar la presidencia de la Autoridad Nacional Palestina sea una mujer --Samija Jalil, de 72 años-- le confiere a este proceso una dimensión particular. Se trata de la presencia de una mujer en un contexto cultural y religioso que desdeña al sexo femenino y nada menos que en el acto fundacional de la democracia, esto es, de un procedimiento basado en la tolerancia y en la aceptación de la victoria del contrario, no en su exterminio.
En estas elecciones participarán, además, 700 aspirantes para integrar un consejo de 83 miembros. El elevado número de candidatos es estimulante. Significa que el pueblo palestino confía en la democracia, es decir, en la capacidad legitimadora del pueblo. Esta elección contiene así un mensaje aleccionador a las satrapías dueñas del escenario árabe y musulmán en el Oriente Medio. Cabe destacar que de los 700 candidatos 400 pertenecen a grupos independientes. En una democracia consolidada esta atomización sugiere un peligro. En sus albores es un signo esperanzador. El resultado de las elecciones se encargará de diseñar luego la senda del sistema mediante el acomodamiento de las fuerzas políticas.
Desde el ángulo doctrinario y pluralista, estas elecciones abren perspectivas fecundas. La candidata Samija Jalil proviene del Frente Democrático para la Liberación de Palestina (FDLP), que se escindió en dos grupos, uno, el Partido Democrático Palestino (FIDA), defensor de los acuerdos de Oslo, y el otro, el FDLP, radical, dirigido por Nayef Jauatme, desde Siria, opuesto a estos acuerdos. La candidata de esta agrupación ha sido categórica: "si gana las elecciones, se lanzará a anular los acuerdos de Oslo por la vía del referendo e instaurará la democracia en la sociedad palestina". Esta declaración entraña una amenaza para la paz, pero, al mismo tiempo, testimonia la fe en el sistema democrático. Con todo, es preciso evaluarla, junto con las elecciones palestinas, en el marco de lo que, a partir de ayer, comenzó a perfilarse en Estados Unidos: la reanudación del diálogo entre Siria e Israel. Esta negociación puede pesar sobre el resultado de las elecciones palestinas.
De este modo, este primer ejercicio democrático palestino plantea no solo la legitimación de los futuros gobernantes y legisladores, sino la tesis decisiva de la paz, vinculada inexorablemente con la democraica y con los acuerdos de Oslo. Asombroso giro de la historia: el terrorista inmisericorde de ayer, Arafat, se erige hoy en bastión de la democracia y de la paz. El pueblo palestino tendrá la última palabra. La paz entre israelíes y palestinos puede encontrar ahora su verdadero cauce y su mejor garantía: la democracia.