Contar con una red nacional de banda ancha que conecte a los proveedores de servicio con los clientes finales ha demostrado ser fuente de grandes beneficios en otros países. Un buen ejemplo es la red NBN (National Broadband Network) de Australia. Es de acceso abierto, perteneciente al Estado, a la cual todos los proveedores pagan peaje para ofrecer servicios a los clientes finales. El proyecto se inició en el 2007 con la entrada del gobierno laborista de Kevin Rudd, sufrió numerosos retrasos y sobrecostos con diversos gobiernos de diferentes partidos y, a finales del 2021, se declaró suficientemente terminado. Es considerada la mayor inversión en infraestructura en la historia de Australia.
El objetivo de la NBN era eliminar la vieja red de cobre y dotar a todos los ciudadanos, empresas e instituciones de conectividad de alta velocidad, con lo cual políticos de todos colores concuerdan y promoverá el desarrollo económico y social del país, y reducirá las brechas digitales que se producen cuando la inversión queda en otras manos.
En un país tan vasto como Australia, no es práctico conectar a todos con fibra óptica. Actualmente, la NBN conecta a los usuarios con una de tres tecnologías: fibra óptica, conexión inalámbrica fija o satelital. Las conexiones inalámbricas fijas son conexiones de radio —por ejemplo, microondas— o las conexiones fijas de 5G, mientras que las satelitales son conexiones con satélites de órbita baja que permiten velocidades de varios cientos de megabits por segundo. Conectar usuarios en medio del desierto australiano es tan difícil, o más, que conectarlos en la selva de Talamanca.
En la Costa Rica urbana, es frecuente ver rollos de cables colgados de los postes. Los rollos —en su mayoría de fibra óptica— son, en opinión de los críticos, bodegas de los operadores de redes, que dejan la fibra ahí para cuando otros clientes en el mismo barrio soliciten servicio. Los operadores alegan más bien servir para atender desperfectos y dar mantenimiento a sus clientes actuales.
La historia del proyecto de la NBN está llena de anécdotas y aprendizajes que bien haríamos en estudiar con cuidado. Un aprendizaje importante es que si el instalador va de casa en casa preguntando si quieren una conexión a la nueva red, aunque no tenga costo para el cliente final, el porcentaje de aceptación es bajo porque si el usuario no entiende los beneficios de la nueva tecnología es difícil que la acepte. En Australia decidieron, entonces, instalar la red y dar a los usuarios el derecho a renunciar a la conexión. Así, el porcentaje de aceptación aumentó drásticamente.
La empresa estatal (NBN Co.), que opera la red, ofrece el transporte de datos en exactamente las mismas condiciones a todos los proveedores del servicio, quienes a su vez proponen a los clientes finales “planes” que suelen incluir servicios de internet, televisión y teléfono (conservando el número que tenían en la red de cobre). En Costa Rica, es muy probable que le agregaran un servicio de videovigilancia programable por el usuario.
Esta red es considerada la “espina dorsal” (backbone) de la internet en el país y además de transporte de datos ofrece seguridad, resiliencia y mantenimiento. La reducción de costos por operar una sola red en lugar de que cada operador construya y mantenga la suya es obvia, pero la red única también elimina criterios antojadizos o basados únicamente en rentabilidad para construir en algunos lugares antes que en otros. También elimina la posibilidad de prácticas anticompetitivas que resultan en aumentos de precios y menor calidad del servicio. Adicionalmente, brinda la posibilidad de escoger diferentes servicios de distintos proveedores. En Costa Rica, si un cliente quisiera contratar internet de un proveedor, televisión de otro y telefonía de un tercero necesitaría instalar tres conexiones de fibra óptica, lo cual es, a todas luces, una locura. No es necesario comentar el papel que desempeñó la NBN durante la pandemia. Pero sí se debe comentar que esa vicisitud aumentó enormemente la urgencia de terminar el proyecto.
En Costa Rica necesitamos una red nacional de banda ancha que conecte a todos los hogares, centros educativos y lugares de trabajo con conexiones de alta velocidad (tanto de subida como de bajada). Además de capital, un emprendimiento de este tipo requiere varios miles de técnicos capacitados y directores de proyectos de clase mundial. Es esencial notar que una buena parte del capital se financia con los ahorros producto de la desconexión de las antiguas redes de cobre y coaxiales, y también por el abandono de las centrales telefónicas, que sorprendentemente todavía están funcionando y generando pérdidas todos los años. En el país ya contamos con directores de proyectos y la capacidad instalada para capacitar a los técnicos y emplearlos de inmediato.
La existencia de una cadena de valor en la que participan no solo el operador de la red nacional, sino también los proveedores de servicio locales y los operadores de redes internacionales (cables submarinos) obliga a una gobernanza que evite la parálisis por señalamientos de culpa durante eventos que interrumpen el servicio.
Este modelo de red nacional existe en varios países. No es fácil de ejecutar ni es posible hacerlo rápidamente, pero produce beneficios que debemos aprovechar. Politizar el proyecto sería un grave error.