El martes, al cumplirse un mes de los indiscriminados y sanguinarios ataques de Hamás, el primer ministro Benjamin Netanyahu declaró a la cadena de televisión estadounidense ABC que, como resultado de su invasión a la Franja de Gaza, Israel asumiría por “un período indefinido” la seguridad de ese territorio, principal guarida del grupo terrorista.
Su afirmación hizo sonar las alarmas del mundo diplomático árabe y occidental; también, de los sectores más sensatos de su propio país, conocedores de las devastadoras consecuencias militares, políticas y económicas que tendría ese curso de acción.
Al día siguiente, sin criticar directamente la posición de Netanyahu, Antony Blinken, secretario de Estado estadounidense, planteó una idea muy diferente y mucho más razonable, aunque plagada de dificultades para materializarse. Durante una reunión en Tokio del Grupo de los 7, integrado por Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y el Reino Unido, dijo que, al término de la guerra contra Hamás, Gaza debería ser unificada con Cisjordania, bajo administración de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), como preludio para un eventual Estado palestino, compuesto por ambos territorios.
El viernes, Netanyahu modificó su postura y declaró a la cadena noticiosa Fox que su país no buscaba conquistar, ocupar o gobernar Gaza, pero agregó que no había establecido un calendario para cumplir con el propósito de derrotar a Hamás “porque tomará más tiempo” del inicialmente estimado.
Un objetivo tan maximalista es sumamente discutible, como han advertido expertos militares israelíes, estadounidenses y de varios países europeos. La destrucción causada hasta el momento por la campaña militar, con bombardeos arrasadores, es enorme, lo mismo que las víctimas civiles, que hasta funcionarios estadounidenses estiman que sobrepasan las 10.000. Ni que decir de los desplazamientos masivos de centenares de miles de habitantes del norte hacia el sur de Gaza.
Cada día que pase sin modificar el propósito y la estrategia, hará más intolerables sus consecuencias y erosionará de manera creciente la legitimidad de Israel para continuar con la invasión. El propio secretario Blinken ha manifestado que las muertes de civiles son excesivas, así como las Naciones Unidas, cancillerías europeas y países árabes que hasta ahora habían entrado en procesos de normalización con Israel.
A esto se une que el gobierno de Netanyahu, el más extremista en la historia israelí, no tiene una estrategia política para el “día después” de la guerra. Incluso si Hamás fuera derrotada, algo que parece imposible, dadas sus profundas raíces y amplia extensión, Gaza necesitará una administración para gobernarla. Israel no podría asumir la tarea, a menos que optara por una desgastadora ocupación a largo plazo, algo que no está en su horizonte de posibilidades.
La opción, ante este panorama, es una administración provisional que abra la vía para una solución estable. Y esto solo será posible cuando los palestinos, en los dos territorios que habitan, puedan formar un Estado.
La ruta, por supuesto, será en extremo difícil. Para empezar, los principales enemigos de esta opción son Hamás y Netanyahu. A ello hay que añadir que la ANP está vaciada de legitimidad, con un liderazgo cada vez más ineficaz. Cómo superar estas barreras requerirá mucho más que acciones militares. Se necesitará una adecuada modulación de la estrategia militar, gran visión política, una intensa presión internacional y un acompañamiento de países que tengan capacidad de influencia y gocen de confianza mínima para emprender la tarea.
A Hamás hay que descartarla de cualquier proceso político. Con el terrorismo no se debe transar. Netanyahu, con su extremismo y desdén por la democracia israelí, se ha convertido en un obstáculo casi insalvable hacia una solución razonable. Corresponderá a sus conciudadanos buscar una alternativa mediante los procesos democráticos. Entre tanto, es indispensable una reforma total de la anquilosada ANP.
El éxito, si es que puede alcanzarse, está muy lejos, pero vale la pena el esfuerzo. La alternativa sería más muerte, más destrucción, más inestabilidad y la posibilidad de un conflicto regional de grandes proporciones. No es algo que deba aceptarse.
