A la más reciente cumbre de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, o COP28, se le puede aplicar la misma frase que a la mayoría de sus predecesoras, con la excepción de la celebrada en París hace ocho años: no cumplió con las mejores expectativas, pero se alejó de los peores augurios. A pesar de esto, el masivo encuentro, que concluyó el pasado miércoles en Dubái, en los Emiratos Árabes Unidos, arrojó un saldo que, aunque mixto e insuficiente, se acercó más a lo positivo que a lo negativo.
Decimos lo anterior sobre todo porque, por primera vez desde que se celebra el cónclave de los casi 200 Estados y territorios parte de la Convención, se adoptó una referencia explícita a la necesidad de que el mundo supere el uso de hidrocarburos como fuente de energía. El documento final, aprobado por consenso con un día de retraso, se compromete a “transitar para dejar atrás los combustibles fósiles en los sistemas energéticos, de forma justa, ordenada y equitativa, acelerando la acción en esta década crítica, con el fin de alcanzar el objetivo de cero emisiones netas en el 2050, de acuerdo con la ciencia”.
El lenguaje es mucho menos explícito y determinante del que, con razón, impulsaban varios países y organizaciones no gubernamentales. Para ellos, se debía suscribir un compromiso tangible y con una hoja de ruta clara para abandonar el uso de tales combustibles. Sin embargo, todas estas reuniones, sobre todo si sus decisiones deben tomarse por consenso, como las COP, implican difíciles ejercicios de negociación y búsqueda de los mejores puntos medios posibles. En este caso, lo acordado es un éxito destacable.
No está a la altura de lo alcanzado en París en el 2015, bajo el liderazgo de la costarricense Christiana Figueres, entonces secretaria general de la Convención, con el enérgico respaldo de Francia. Allí se dispuso que el calentamiento global no debería superar en dos grados Celsius, pero idealmente 1,5, los niveles prevalecientes al comienzo de la Revolución Industrial. Esta meta, sin duda difícil de alcanzar, estableció un referente concreto conforme al cual medir los compromisos y acciones específicos de cada país, un paso de gran trascendencia.
El compromiso sobre la necesidad de iniciar una transición para superar los combustibles fósiles, y también para “eliminar lo antes posibles las subvenciones ineficientes”, cuando menos rompió el tabú que había impedido su mención y estableció otros referentes de importancia para seguir avanzando en la difícil lucha contra el calentamiento global.
Durante la conferencia, que contó con más de 80.000 asistentes, entre delegados oficiales y de organismos multilaterales, oenegés, instituciones académicas y empresas, se establecieron otros acuerdos de importancia. Uno consiste en “triplicar la capacidad mundial de energía renovable” y “duplicar la eficiencia energética” de aquí al 2030. El otro, representantes de una serie de compañías de hidrocarburos, que representan alrededor del 40 % de la producción global, entre ellas las principales de Occidente y las nacionales de varios países árabes, se comprometieron a eliminar, también en ese año, las emisiones de metano asociadas a la exploración y producción de combustibles fósiles.
Además, se pudo cuajar la iniciativa planteada en la COP27 de establecer un fondo compensatorio para ayudar a la resiliencia de los países más vulnerables al calentamiento global. Sin embargo, el capital comprometido hasta ahora, de apenas $400 millones, dista mucho de los miles de millones necesarios para un impacto significativo, que incluya también aportes para su transición climática.
Al menos dos grandes desafíos deben tomarse en cuenta. El primero es que el tiempo apremia y la acción contra el cambio climático aún no está a la altura de su urgencia. El segundo es que nada de lo anterior tiene, legalmente, fuerza vinculante. Se trata de compromisos, siempre sujetos a incumplimientos o incluso torpedeos. Por ejemplo, ¿qué pasará si Donald Trump obtiene la candidatura del partido republicano y triunfa en las elecciones del próximo noviembre?
Aun así, las “marcas” o referentes plantados por la COP28 constituyen fuentes de presión sobre los grandes emisores y marcan caminos para la adopción de políticas públicas. De poco servirán si no se actúa con mayor rapidez, determinación y eficacia, pero ayudarán en la tarea.