La novedad del coronavirus SARS-CoV-2, causante de la covid-19, explica la cantidad de informaciones inexactas difundidas desde el inicio de la pandemia. Medidas básicas, si se les juzga desde el estado actual del conocimiento, eran objeto de disputa hace apenas tres o cuatro meses. La conveniencia de utilizar mascarillas, por ejemplo, fue debatida y negada por autoridades mundiales de salud. Hoy goza de aceptación en virtud de convincente evidencia médica y muchos gobiernos, incluido el nuestro, más bien las exigen en sitios públicos cerrados.
Otro tanto puede decirse de tratamientos basados en prueba descrita como “anecdótica” por expertos de la investigación clínica. Ese fue el caso de la hidroxicloroquina, utilizada en nuestro país y en muchos otros hasta que los médicos sospecharon que sus potenciales beneficios no superaban los riesgos.
La incertidumbre se extendió a los modos de transmisión, las posibilidades de reinfección y otros problemas. En algunos casos el debate continúa. Hay, sin embargo, consenso en lo mucho que falta por aprender y, según pasa el tiempo, nuevos conocimientos llaman a reconsiderar supuestos muy difundidos.
Quizá la peor consecuencia de la incertidumbre fue la mala información recibida por los jóvenes. Para ellos, decía la sabiduría convencional, el virus no pasaría de ser una gripe. Nada debían temer de los efectos extremos experimentados por pacientes de edad avanzada o con males preexistentes. A los jóvenes se les conducía, de buena fe y por falta de mejores datos, a creerse prácticamente invulnerables. Si se les pedía evitar el contagio, era para no portar el virus hasta el sitio de reclusión de sus mayores.
La información errónea indujo conductas temerarias, como el contagio intencional para salir del problema como si se tratara de un molesto trámite. Para ello, en algunos países se organizaron fiestas con pacientes de covid-19 como invitados especiales para transmitir el virus a los demás asistentes.
La idea de invulnerabilidad de la juventud permanece y se refleja en los excesos cometidos con fiestas y paseos. Poco se ha hecho para revertir la impresión equivocada de los primeros consejos. Los jóvenes deben cuidarse por su propia salud, no solo por la de otros con más riesgo de muerte.
La errónea idea de invulnerabilidad también está presente en el discurso político de algunos líderes empeñados en minimizar los efectos de la pandemia. En una reciente entrevista, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, restó importancia al rápido aumento de pruebas positivas: “Muchos de esos casos son de jóvenes que sanan en un día”.
Pero los jóvenes no sanan en un día. Ahora sabemos de la muerte de gran número de menores de 44 años y, sobre todo, aumenta la evidencia de efectos del virus a largo plazo en el sistema inmunitario, los pulmones, el corazón, el hígado, los riñones y el cerebro. La información inicial, como era de esperar, se centraba en las muertes causadas por la covid-19, pero el paso del tiempo proporcionó datos sobre graves efectos permanentes de una enfermedad que no es exclusivamente respiratoria.
Urge replantear la comunicación sobre el virus para informar a la juventud de su vulnerabilidad más allá de la posibilidad de transmitir la enfermedad a los mayores y a personas con padecimientos preexistentes. La falsa sensación de seguridad entre los jóvenes podría explicar parte de la indisciplina visible en las últimas semanas en Costa Rica. Es preciso informarles de que se arriesgan a mucho más que un resfriado.