Durante el XIV Congreso Iberoamericano de Comunicación Política, en Quito, Ecuador, el consultor internacional argentino José Norte dio una conferencia titulada “Big data y cómo ganamos las elecciones en Costa Rica, ‘300 espartanos contra 2.800.000 persas’”. La atención inmediata, y no podía esperarse otra cosa, se centró en la confesión de la donación de un extranjero para una campaña electoral en Costa Rica.
El Partido Progreso Social Democrático (PPSD) no informó la donación al Tribunal Supremo de Elecciones (TSE), y si lo hubiera hecho, habría informado de una conducta posiblemente contraria a la ley. El Código Electoral castiga los aportes de extranjeros y las donaciones no reportadas con una pena de dos a cuatro años de cárcel.
El asesor presidencial Federico Cruz Saravanja, conocido como Choreco, admitió la donación ante la Comisión Investigadora de Financiamiento Electoral, pero negó la participación del argentino en la campaña, aunque Norte insistió en que “ganamos” la elección en Costa Rica, en plural.
Si la versión correcta es la de Choreco, fueron 299 espartanos, no 300, pero de cualquier modo es llamativo el título de la conferencia por la desproporcionada comparación de la campaña electoral del 2022 con la hazaña de las Termópilas. Norte habría faltado a la verdad por partida doble para promocionar sus servicios ante el auditorio reunido en Quito, entre el 30 de junio y el 1.° de julio del año pasado. Por un lado, habría, cuando menos, exagerado su participación en la campaña del presidente Chaves y, por otro, habría exagerado la “hazaña” en grado superlativo.
El país entero fue testigo del desarrollo de la contienda electoral. En medio de un enorme fraccionamiento político, varios partidos de oposición se fueron descalificando a sí mismos, desde la fallida coalición de las fuerzas de Mario Redondo y Eliécer Feinzaig hasta las deslucidas presentaciones de la candidata socialcristiana en los debates. Aun así, la ventaja de Chaves sobre su más cercano competidor, Fabricio Alvarado, fue de apenas 1,9 puntos (un 16,8 a un 14,9 %).
El primer lugar le sacó 10,5 puntos de ventaja, pero era difícil imaginar un crecimiento del Partido Liberación Nacional (PLN) en el grado necesario para ganar la segunda ronda, sin importar cuál de los demás candidatos se le hubiera enfrentado en el balotaje. El país llevaba dos décadas de advertir al expresidente José María Figueres que no votaría por él.
Si el exmandatario no era el mejor candidato, tampoco su vehículo electoral era idóneo. En el 2014, el PLN fue desplazado al segundo lugar de la primera ronda por un aspirante sin arraigo, cuya campaña se basó en repetir: “Soy Luis Guillermo Solís, un ciudadano como usted, y sería bueno que empecemos a conocernos”. En el balotaje, Solís impuso una marca histórica con el 77,9 % de los votos frente al 22,1 % del PLN, que hasta había desistido de hacer campaña.
Destrozado, el liberacionismo ni siquiera pasó a la segunda ronda en el 2018, por primera vez en la historia. Lo desplazaron dos candidatos improbables, uno de un partido que jamás se había acercado a encabezar una elección presidencial y apenas lograba representaciones legislativas y otro del oficialismo, desgastado por un ejercicio del poder repleto de cuestionamientos.
En el 2022, con el candidato más polémico imaginable y dos derrotas de esa magnitud a cuestas, el PLN apenas perdió la segunda ronda por 5,68 puntos (un 52,84 a un 47,16 %). No es una derrota comparable a las dos anteriores. Al PLN, con Figueres a la cabeza y una avalancha de errores durante la campaña, le fue mucho mejor que en los dos procesos anteriores. Esa realidad invita a preguntarse si la magia de la comunicación política de Choreco y el resto del equipo, con Norte o sin él, fue tanta.
La victoria, al menos a corto plazo, se impone en el imaginario sobre los factores que la explican. Los ganadores son proclamados genios, y ellos mismos se encargan de magnificar la épica comparándola con la de Leónidas en las Termópilas. La pregunta vale la pena, porque una administración que se cree a tal punto endeudada con las técnicas de la comunicación puede apostarles en exceso, convencerse de que con ellas se gobierna y confundir el mensaje con la buena administración. Por esa vía, solo se llega al fracaso, no importa si detrás hay 300 o 299 atenienses.
