Más de mil líderes del área de la tecnología, encabezados por Elon Musk, publicaron una carta pidiendo detener por un tiempo, inicialmente seis meses, el desarrollo de la inteligencia artificial (IA) por considerar que las empresas se han “enfrascado en un carrera fuera de control para producir IA cada vez más poderosa” que puede ser perjudicial para la humanidad. La carta fue publicada por la organización sin fines de lucro Future of Life Institute (Instituto para el Futuro de la Vida).
No hay duda de que el mundo cambió a finales de noviembre del año pasado, cuando OpenAI publicó ChatGPT para uso gratuito y alcanzó un millón de suscriptores en tan solo cinco días, la más rápida adopción de una tecnología nueva en la historia. Desde entonces, el interés es creciente. Microsoft lo agregó a su buscador, Google publicó un producto que compite, estudiantes aprendieron a “delegar” sus ensayos, sistemas de este tipo aprobaron exámenes de ingreso a prestigiosas universidades e incluso el examen para ejercer la abogacía (bar examination) en uno de los estados de la Unión estadounidense.
Bill Gates comentó que esta es apenas la segunda vez que un desarrollo tecnológico lo deja impávido. La primera fue a inicios de los años ochenta, cuando vio por primera vez una interfase gráfica con el usuario (con windows, icons, mouse y pull down menus). En ambas ocasiones concluyó que el nuevo desarrollo cambiaría el mundo.
Se estima que con el anuncio del nuevo GPT-4, y aun cobrando por la suscripción, ya se cuenta con más de 100 millones de usuarios. OpenAI comenzó como un laboratorio de investigación (Musk fue uno de sus fundadores), luego se convirtió en empresa con fines de lucro (con una considerable inversión de Microsoft) y ahora, casi sin darse cuenta, es una empresa de tecnología para consumidores (consumer tech company).
No debe extrañar el interés que ha despertado en inversionistas alrededor del mundo. Se estima que el año pasado se invirtieron $17.000 millones de capital de riesgo en nuevos emprendimientos, pero eso palidece frente a los $239.000 millones que las cinco grandes empresas de tecnología (Apple, Microsoft, Alphabet —dueña de Google— Meta —dueña de FaceBook— y Amazon) invirtieron el año pasado en inteligencia artificial, posiblemente aterrorizadas de que les vaya a suceder lo de empresas como Kodak y Blackberry. Además, hay un monto muy grande no cuantificado de inversión en Europa, Rusia y, sobre todo, China.
Obviamente, entre los firmantes de la carta no está Sam Altman, CEO de OpenAI, ni ninguno de los altos ejecutivos de las cinco grandes. Sin embargo, recoge un sentimiento válido que debe ser tomado en cuenta. Probablemente, los firmantes saben que la carta no detendrá el tren, pero tuvo enorme repercusión alrededor del mundo. La posibilidad de que la IA sea perjudicial para la humanidad es real. La IA carece totalmente de regulación, y no hay duda de que existen enormes oportunidades para emplearla mal, sin intención o adrede.
Tomar las respuestas de la IA como si fueran verdad, sin comprobarlo, es muy peligroso. Diseminar esa información puede ser criminal. Pero debemos considerar que el desarrollo de la IA va a continuar. Si la IA va a alcanzar niveles de inteligencia superiores a los del ser humano, es bastante dudoso, pero sin duda será una herramienta poderosa. Es posible que desplace a trabajadores humanos, pero es bastante más probable que sean los humanos con mejor manejo de la IA los que desplacen a quienes no la manejan del todo.
Existen dos claros bandos de interés en esta área: los académicos en busca de la verdad y los inversionistas en busca de un retorno desmedido. En algunos casos, como en el de OpenAI, los unos se están convirtiendo en los otros. No hay duda de que hay oportunidades para todos. La carta abierta de Musk y sus compañeros anuncia al mundo cuáles son y dónde están esas oportunidades.
En Costa Rica, tenemos recurso humano académico de primer nivel e inversionistas tan ambiciosos como el mejor. El reciente blog de Gates sobre la IA aboga por que sea utilizada para reducir la inequidad en el planeta, especialmente en cuanto a salud y educación. En esas dos áreas, Costa Rica cuenta con ventaja comparativa.
Si logramos erradicar la desconfianza entre académicos e inversionistas, deberíamos poder articular y publicar, muy rápidamente, una estrategia nacional de inteligencia artificial que mueva la aguja en nuestro camino hacia el desarrollo económico.
