Nunca había pasado por nuestra mente que nos sentiríamos obligados a escribir un editorial rechazando la agresión xenófoba en Costa Rica. Por desgracia, el momento ha llegado. La aberración de violar la dignidad e integridad de otras personas por razón de su nacionalidad, como si nacer en otro país las convirtiera en seres de segunda categoría, conmovió el sábado, de manera ostensible, a nuestra capital y agredió valores elementales que dábamos por descontados. El mensaje de intransigencia, odio y, peor aún, violencia, escenificado por unos pocos cientos de manifestantes es, simplemente, inaceptable.
Como seres humanos y, más aún, ciudadanos de un país que ha hecho del respeto mutuo y la convivencia pacífica un eje de su identidad y quehacer cotidiano, condenamos con toda energía esos actos, a sus ejecutores y, sobre todo, a sus instigadores. Sobre ellos deben caer todo el peso de la ley y un absoluto rechazo público.
Si hablamos de instigadores es porque todo indica que ni la manifestación ni sus secuelas fueron producto de la espontaneidad, o de una difusa coordinación de voluntades individuales. Al contrario: desde días atrás, tal como divulgó nuestro servicio de verificación informativa “No Coma Cuento”, se desarrolló una sistemática campaña de mentiras destinada a generar miedo, enojo y rechazo hacia los migrantes nicaragüenses, en particular contra quienes, debido a la matanza emprendida desde mediados de abril por el régimen de Daniel Ortega y a la consecuente parálisis económica, se han visto forzados a dejar sus hogares en los últimos cuatro meses.
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Entre las falsedades divulgadas estuvieron que algunos estaban quemando banderas costarricenses en nuestro suelo, que se estaban construyendo “precarios para refugiados” en Alajuelita, que militares de Daniel Ortega habían invadido nuestro país y que el presidente, Carlos Alvarado, había firmado un decreto para subvencionar a mujeres trans nicaragüenses. Su plataforma principal fueron las redes sociales digitales, pero a ellas se sumaron, como pernicioso, irresponsable y cómplice eco, algunos medios de comunicación establecidos.
Estas alevosas mentiras crearon el fermento para la movilización de personas con prejuicios xenófobos. A la vez, parece evidente que se utilizaron como mampara para reclutar a quienes el ministro de Seguridad, Michael Soto, calificó como “grupos que se dedican a actividades criminales o con algunas ideologías que no son propias de la idiosincrasia costarricense”, integrantes de barras de clubes de fútbol y portadores de símbolos nazis. De ser así, como parece, estaríamos ante una acción deliberada para instrumentalizar el fermento xenófobo de algunos como herramienta para crear zozobra, inseguridad, violencia y dudas sobre la capacidad del Estado costarricense para afrontar la situación. Todo esto, por supuesto, es una vía para deslegitimar nuestra convivencia democrática.
Ciertamente, el reciente ingreso de ciudadanos nicaragüenses, quienes ya superan los 20.000, presenta un serio desafío para nuestras autoridades, la economía y los servicios. Pero el gobierno, dentro de sus posibilidades, ha respondido con prontitud, sensatez, responsabilidad, apego a la ley y sensibilidad hacia los hermanos nicaragüenses. Además, contamos con el apoyo del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) y la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), y se gestionan aportes de Estados Unidos y la Unión Europea. Es decir, si bien no es posible controlar en su totalidad ni el flujo ni las modalidades de integración, y las medidas en ambas dimensiones habrá que ajustarlas a la evolución de ambos fenómenos, la situación no se ha salido de las manos.
En términos generales, la reacción de la mayoría de nuestro pueblo ha estado a la altura de nuestros mejores valores: empatía y respeto hacia quienes huyen en contra de su voluntad, apoyo para que puedan sobrellevar la dura prueba, paciencia con los resultados de las políticas públicas desplegadas y una clara conciencia de que los migrantes son víctimas de una dictadura que ha arreciado su represión y difícilmente está dispuesta cambiar de actitud. Es lo menos que merecen nuestros desdichados vecinos, y solo así lograremos afrontar las dimensiones inmediatas de la emergencia y crear condiciones para la gestión de la migración nicaragüense a mediano plazo.
Confiamos en que, a pesar de las provocaciones, la madurez ciudadana se mantenga, que quienes están genuinamente preocupados por el impacto de la migración no confundan controles lógicos con xenofobia desbordada y que juntos, ciudadanos y autoridades, pongamos coto a quienes, además de agredir a los miembros de una nacionalidad hermana, desean sembrar caos nacional.
Nota de la editora: este editorial fue actualizado a las 10:44 a. m. del martes 21 de agosto del 2018.