La Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA) advirtió de la imposición de sanciones deportivas para impedir la libre expresión de los futbolistas en la cancha. Las tarjetas amarillas y la expulsión fueron el único medio capaz de impedir a los capitanes de Inglaterra, Gales, Bélgica, Dinamarca, Alemania, los Países Bajos y Suiza lucir brazaletes contra la discriminación y a favor de la inclusión.
Las amenazas de multas no produjeron efecto alguno porque las federaciones se mostraron dispuestas a pagarlas. Para complacer a los anfitriones, la FIFA puso en entredicho el socorrido argumento de la separación entre el deporte, la política y las causas sociales. La supresión de la protesta se logró mediante un mecanismo netamente deportivo. Las tarjetas ya no solo castigan las faltas, sino también imponen silencios, como no pudieron hacerlo las injustificables multas.
Era el elemento faltante para consolidar a la FIFA y Catar como los grandes perdedores del campeonato en ciernes. La derrota comenzó en el 2010, cuando Joseph Blatter, entonces presidente de la Federación, anunció la escogencia de Catar entre los países aspirantes a organizar el campeonato.
Los informes de la comisión encargada de inspeccionar las sedes propuestas prácticamente habían descartado al pequeño y riquísimo emirato (una quinta parte del territorio costarricense con la mitad de la población y $62.000 de ingreso per cápita). Entre muchas razones, citaba las temperaturas extremas en las fechas tradicionales del campeonato, la necesidad de trasladarlo a noviembre para contar con temperaturas menos brutales, la falta de tradición futbolística y la ausencia de infraestructura hotelera, deportiva y de transporte.
Había motivos menos evidentes en ese momento, como el conservadurismo religioso, el autoritarismo y la despreocupación por los derechos humanos. Todas las preocupaciones del informe y las que fueron evidenciándose a lo largo de la docena de años transcurridos desde la escogencia se han manifestado con fuerza en el momento inaugural.
Investigadores estadounidenses y la propia FIFA acusaron a directivos de haber aceptado gratificaciones para respaldar la candidatura de Catar, y en los años posteriores a la escogencia el escrutinio de la entidad condujo a decenas de arrestos por una amplia gama de casos de corrupción. El liderazgo de la FIFA el día del anuncio de la elección de Catar se derrumbó, incluido Blatter y la leyenda del fútbol francés Michel Platini.
Así como el anuncio de la selección de Catar desencadenó un fuerte escrutinio de la FIFA y sus actividades, la proximidad del certamen puso al emirato bajo la lupa de la comunidad internacional. El rápido desarrollo de infraestructura exigió el reclutamiento de cientos de miles de trabajadores migrantes, sometidos a jornadas agotadoras y difíciles condiciones de vida. Los trabajadores construyeron siete estadios, remodelaron otro, tendieron carreteras y líneas férreas y construyeron docenas de hoteles. No obstante, el Mundial comenzó con algunas obras inconclusas. Pero más allá de los abusos laborales denunciados, el protagonismo de Catar puso de relieve la falta de libertades políticas, el trato hacia las mujeres y las minorías.
La inversión del emirato se estima en $220.000 millones, pero todo apunta a un fracaso del pretendido posicionamiento del país en el ámbito internacional. La tardía decisión de prohibir la venta de cerveza en los estadios y el rechazo de la invitación a participar en los actos inaugurales por artistas de renombre son meras anécdotas frente a la censura impuesta por la FIFA y el ruego de su presidente, Giovanni Vincenzo Infantino, de que las críticas se dirijan a él, no al emirato. Los motivos de crítica alcanzan para ambos, y solo queda esperar una profunda reflexión de la FIFA sobre su conducción del deporte más amado del planeta.
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La FIFA impidió la libre expresión de los futbolistas en la cancha. (MARCO BERTORELLO/AFP)