Ni Limón, ni Puntarenas compiten con las temperaturas alcanzadas el 28 de junio en Gallargues-le-Montueux, en el sur de Francia. En ningún punto de ese país se había registrado, jamás, 45,9 grados centígrados. El poblado se convirtió así en la capital de las altas temperaturas del junio más caliente de la historia registrada.
Países del este de Europa, como la República Checa, y los del extremo occidental del continente, España y Portugal, compartieron la suerte de los franceses, sometidos a temperaturas más propias del Sahara en verano. El inusitado calor pone en riesgo la vida de enfermos y ancianos, obliga a clausurar escuelas y afecta el comercio y las actividades productivas.
Entre los hechos inusuales, está el creciente número de incendios forestales que en años recientes afectaron hasta los países escandinavos, cuyas condiciones climáticas no favorecían ese tipo de eventos. Para combatir los incendios, los nórdicos pidieron ayuda a naciones del sur, como Italia, más acostumbradas a enfrentarlos, aunque no con tanta frecuencia.
España, en especial Cataluña, ha perdido miles de hectáreas de bosques. También hay devastadores incendios en Francia. En años recientes, el fuego se ha ensañado con los Estados Unidos, particularmente, con California. Las llamas están entre los elementos más visibles de la emergencia climática en todo el planeta.
En Costa Rica, Héctor Chaves, director del Cuerpo de Bomberos, se muestra sorprendido por el creciente número de incendios forestales en la húmeda región Caribe, donde esos fenómenos eran una preocupación menor hasta hace pocos años. En las zonas tradicionalmente afectadas del litoral Pacífico, los bomberos a menudo encaran dificultades para dar abasto.
El 2019 podría ser uno de los años más calientes de la historia, y eso encaja en el patrón de los últimos 18, que incluye los 17 más cálidos en medio milenio. Los científicos se cuidan de relacionar acontecimientos específicos con el calentamiento global, pero no dudan del patrón general ni dejan de pronosticar la mayor frecuencia de temperaturas “excepcionales” como la ola de calor de los últimos días en Europa.
Tampoco duda la ciencia de la relación de causalidad entre la acumulación de gases en la atmósfera, la mayor parte de ellos emitidos por actividades humanas, y el aumento de las temperaturas a consecuencia del llamado efecto invernadero. Los modelos predictivos apuntan en una sola dirección y aconsejan premura.
Europa, con todo su desarrollo y avance tecnológico, no está preparada para la crisis climática, pero puede resistir. Un verano de temperaturas similares haría estragos en otras regiones del planeta, con menos servicios asistenciales y poca capacidad para movilizar socorristas.
Sin embargo, los peores efectos del desequilibrio ambiental se harán sentir precisamente en las zonas menos desarrolladas del mundo, no necesariamente como temperaturas extremas. Otras manifestaciones del cambio climático, como las inundaciones asiáticas y los huracanes “instantáneos” vistos en los últimos años en el Caribe —entre ellos el devastador Michael, que en octubre del 2018 pasó de categoría 1 a 5 en apenas 24 horas— también siembran miseria.
Costa Rica ha estado del lado correcto en la discusión internacional sobre la crisis climática, y ahí debe mantenerse. Para ganar autoridad moral, es preciso perfeccionar la matriz energética y controlar las emisiones, especialmente del transporte, nuestro punto débil. Estamos en una de las zonas con más riesgo de perder y más rápidamente. Debemos recordarlo cuando nos toca alzar la voz en el concierto de naciones y, también, cuando diseñamos políticas públicas.