La insistencia en el embargo se ha tornado perjudicialAnte la actual situación de Cuba, es necesario replantear los supuestos y estrategias que han guiado las políticas, acciones y actitudes de diversos sectores democráticos hacia la dictadura de Fidel Castro.
La única finalidad legítima y digna es que la democracia, el respeto a los derechos humanos, el crecimiento económico y el bienestar social se instauren en la isla. Hasta el momento, sin embargo, los métodos aplicados no lo han logrado. Por ello, las personas y Gobiernos genuinamente interesados por la suerte del pueblo cubano deben replantearse sus paradigmas y acciones.
En esa tarea, la realidad, no la emoción, debe ser la que guíe. Es una realidad, por ejemplo, que Castro lleva 36 años de dominio, a pesar del embargo norteamericano; que se ha visto obligado a realizar cambios impensables hace poco tiempo en algunos sectores de la economía; que su régimen ya no cuenta con el subsidio, la protección y la ideología importadas de Moscú; que el Estado policial muestra algunas fisuras, insignificantes, pero relevantes; que los disidentes tienen hoy mayor eco interno y externo, y que al nuevo auge de la Iglesia Católica se unen algunos tímidos asomos de organizaciones de la sociedad civil. A esto hay que añadir mayor equilibrio y honestidad en la visión de cancillerías europeas y latinoamericanas hacia Cuba, que incluyen un reconocimiento creciente de los opositores dentro y fuera de la isla.
Dadas estas condiciones, y sin claudicar en el objetivo democrático y el rechazo a la dictadura, deben ponerse en práctica políticas que aumenten los canales de comunicación, el intercambio, los contactos y la ruptura de las barreras de aislamiento alrededor de Cuba. Ha llegado el momento, por ello, de que Estados Unidos abandone su insistencia en el embargo. Su levantamiento --con algunas condiciones-- será un factor de debilitamiento para el régimen: las estructuras de control se erosionarán aún más con un incremento en los contactos externos --incluido el intercambio comercial-- y desaparecerá el principal fantasma de que ha hecho gala el dictador para mantener su dominio.
También es oportuno ofrecer ayuda económica a la isla, totalmente condicionada a avances en la democracia o al respeto a los derechos civiles. La Unión Europea decidió hace pocos días plantear una oferta de este tipo. Aún no se sabe el resultado, pero la estrategia nos parece correcta. Y es conveniente no impedir, sino estimular, los contactos entre la mayor cantidad posible de instancias del exterior y de Cuba.
Nada de esto debe hacerse al costo de aceptar como buena la trágica situación --política, económica y social-- en que viven los cubanos, sino como vía para estimular su cambio. Por esto, mientras se fomenta la apertura, debe crecer también la presión sobre el régimen, el apoyo a los opositores y sectores independientes y los pedidos públicos en pro de apertura. Muchas personalidades deberían imitar la actitud del expresidente Oscar Arias, quien en una visita a la isla se entrevistó con disidentes y posteriormente pidió a Castro desmilitarizar su sufrido país. También algunas embajadas democráticas en La Habana han establecido contactos con los sectores disidentes, y Gobiernos de Europa y América han dado apoyo a grupos del exilio que, con claros objetivos, han comenzado a abrir canales de comunicación con sectores del régimen.
Democracia como fin, sentido de realidad como actitud y una mezcla de flexibilidad, apertura y presiones como método. Estas deben ser tres guías fundamentales a seguir, junto con paciencia y un sentido evolutivo. A partir de ellas, el nuevo paradigma sobre Cuba tendrá grandes posibilidades de éxito, y la democracia estará más cerca para todos los cubanos.