Si se analiza desde lo que es necesario para evitar que los efectos del calentamiento global se vuelvan exponenciales e incontrolables, el acuerdo alcanzado el domingo por la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, en Perú, fue desalentador. Si, en cambio, lo valoramos a partir de lo que se ha avanzado en años recientes, y de las modestas expectativas que existían al comenzar la reunión, el documento constituye un logro significativo. Su gran aporte es haber creado las bases para dar nuevo impulso a un acuerdo climático global. A partir de ahora, la clave estará en convertir su texto, y los compromisos que deberán asumir todos los países, en palancas para lograr un resultado vigoroso y vinculante en la cumbre climática que se celebrará dentro de un año en París.
El documento, titulado La llamada a la acción de Lima y aprobado unánimemente por las 196 delegaciones participantes en el encuentro, obliga a que, en el curso de los próximos seis meses, todos los Estados elaboren y hagan públicas políticas nacionales “ambiciosas”, con medidas concretas, cuantificables y verificables, para limitar las emisiones de gases con efecto invernadero. Para que exista total transparencia, los planes serán publicados en un sitio web de las Naciones Unidas, y servirán como base del acuerdo que deberá firmarse en París en diciembre del próximo año y aplicarse a partir del 2020. Este es el año en que vence la aplicación del Protocolo de Kyoto de 1997, un pacto climático pionero, pero insuficiente y con poco apoyo de los mayores emisores, que ha fallado en producir un impacto significativo.
La principal debilidad del acuerdo de Lima es que los compromisos tendrán carácter nacional y, por tanto, serán en extremo disímiles y, en algunos casos, poco significativos. Según cálculos preliminares de expertos, sus efectos agregados no alcanzarán a cumplir con las reducciones necesarias para evitar que el calentamiento supere los dos grados centígrados en relación con los niveles que existían antes de la Revolución industrial. Los más sólidos informes científicos indican que un calentamiento por encima de esta magnitud generará devastadores e incontrolables efectos en cadena, entre ellos el crecimiento en el nivel de los mares, sequías, inundaciones, desaparición de especies y hambrunas. Las principales víctimas de estas calamidades serán los países menos desarrollados, en particular los pequeños Estados insulares, pero, en realidad, nadie se salvará del impacto.
El reverso de esta debilidad es que, si, como se espera, las metas nacionales son incorporadas al nuevo convenio que se suscriba en el 2015, adquirirán carácter vinculante y se constituirán en un “piso” que luego podrá ser revisado hacia arriba, mediante una mezcla de acciones diplomáticas, nueva evidencia científica y presiones de sectores no gubernamentales, tanto a escala nacional como internacional. Este es uno de los mayores aportes de la reunión de Lima.
El otro logro importante es que el proceso de negociación comprometió a los grandes países emergentes a asumir de manera más clara los compromisos que les corresponden de cara al cambio climático. Sin duda, los grandes responsables históricos de este fenómeno son las naciones industrializadas del “norte”, por los efectos acumulativos del uso de combustibles fósiles. Esto coloca sobre ellas enormes e ineludibles responsabilidades de reducción y mitigación. Sin embargo, otros extensos y populosos países del “sur”, en proceso de crecimiento, se están convirtiendo, cada vez más, en los mayores emisores.
Hoy, por ejemplo, China es el principal generador de gases con efecto invernadero; la India, el tercero, y otros países, como Brasil, Indonesia, Turquía y Malasia, inciden también de manera determinante en el calentamiento global. Por tanto, ya no era posible ni justo, como ocurrió con el Protocolo de Kyoto, que pretendieran seguir desconociendo la responsabilidad propia de frenar o, al menos, disminuir el ritmo de sus emisiones. En Lima se ha logrado este cambio, lo cual implica un determinante salto cualitativo en el paradigma de las negociaciones. A esto contribuyó que, poco antes de la reunión, Estados Unidos y China alcanzaron un acuerdo bilateral inédito, mediante el cual ambos asumieron compromisos en materia de emisiones, mucho más estrictos en el primer caso, más modestos en el segundo, pero siempre relevantes. Se sentó, así, un punto de referencia transformador para el debate “norte-sur” en la materia.
A nuestro país le corresponderá ahora plantear metas que sean ambiciosas y consecuentes con nuestras tradicionales políticas de conservación y desarrollo sostenible, y que, a la vez, se transformen en políticas y planes integrados que las transformen en realidad.