La clara desventaja con que debe desempeñar su cometido, de cara al hampa, la Fuerza Pública hacía imperativa la medida adoptada por las autoridades del Organismo de Investigación Judicial: si los atacan, disparen. Lástima que la decisión del director del OIJ esté limitada a la zona atlántica, como consecuencia de la escalada delictuosa que azota la región, apenas se ha dejado atrás el túnel del Zurquí.
Devolver el fuego, en caso de agresión, ha sido una norma tradicional como acción de legítima defensa. Nuestras autoridades --sin distinción de cuerpo policial-- vienen llevando la peor parte en sus enfrentamientos con el hampa. Solo parecen tener dos opciones: o ser víctimas de agresión o mirar para otro lado. Mientras, el adversario está bien pertrechado, cuenta con ve- hículos y hasta con chalecos antibalas. En el caso de los agentes del OIJ, el asunto reviste características dramáticas ya que a veces se enfrentan con los rufianes de la droga, utilizando simples revólveres 38 y una escuálida dotación de municiones. En esta tesitura no debe resultar extraño que la tarea de reclutamiento de nuevas autoridades resulte un esfuerzo homérico.
El delito ha desbordado todas las previsiones, no solo en la zona atlántica, sino también en todas las esquinas de la geografía nacional. Pero los cuerpos encargados de velar por los bienes y seguridad de los costarricenses se debaten en una angustiosa penuria, penuria que los hace vulnerables incluso a las estocadas de la corrupción. Mientras la biomaldad crece, los cuerpos encargados de combatirla merman. Pasaron los tiempos en que fortalecer nuestra policía era visto como armamentismo. Lo real, lo tangible, es que el hampa se impone en forma sistemática. Ahora campea en Limón; mañana --si no se crea conciencia acerca del tema y no se fortalecen los cuerpos policiales-- impondrá el terror en el país.