Como a la historia le da por repetirse, no debe extrañarnos que Michael Flynn, general del Ejército, declarase hace poco en Dallas que en EE. UU. debería darse un golpe militar como el de Myanmar.
Smedley Butler, general del Cuerpo de Marines, participante en misiones bélicas en tres continentes y cuyas andanzas en México, Nicaragua, Honduras y Haití hicieron que su memoria fuera para América Latina comparable a la de William Walker, fue el oficial más popular de las fuerzas armadas y el militar más condecorado en la historia de EE. UU. Ahora bien, como reivindicación parcial de quien de otro modo habría sido solo una figura siniestra, se le reconoce un acto ejemplar a la luz de las declaraciones de Flynn y de la ola de neofascismo que parece incontenible en Europa y América.
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En 1933, la derecha estadounidense veía con simpatía los avances del fascismo en Italia, Alemania y otros países europeos, y al mismo tiempo desconfiaba de las iniciativas económicas de Franklin D. Roosevelt. De ahí surgió una conspiración para dar un golpe de Estado con el fin de instalar a un «hombre fuerte» en la Casa Blanca. Le propusieron al general Butler que, aplicando las técnicas tan exitosamente utilizadas en sus «campañas bananeras», se hiciera cargo de dirigir la operación, pero pasaban por alto el hecho de que Butler había criticado con gran dureza a Mussolini y al fascismo italiano. Para desaliento de los conjurados, el general reaccionó denunciando el complot y, aunque la prensa lo desacreditó sugiriendo que todo era una invención suya, a principios del siglo XXI quedó demostrado que no mentía.
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El relativo olvido mediático de Butler se debe, tal vez, a que en 1935 publicó el opúsculo La guerra es una estafa, en el que deploraba el uso de las fuerzas armadas de EE. UU. para intervenir en América Latina y en otras regiones tan solo para beneficiar a las grandes compañías estadounidenses; o a que, en noviembre del mismo año, en su artículo «Le podríamos haber dado unos consejos a Al Capone», publicado en el New York Times, escribió: «Tengo el sentimiento de haber desempeñado […] el papel de un bandido altamente calificado al servicio de las grandes empresas de Wall Street y sus banqueros; en otras palabras, fui un pandillero al servicio del capitalismo».
El autor es químico.