La semana pasada, concluí diciendo que la discusión sobre política económica del país debería enfocarse no en la búsqueda de medidas paliativas a corto plazo, sino en cómo resolver los problemas estructurales. Si decimos que somos un país caro, entonces vayamos a la raíz del cacho, y veamos por qué y cómo resolverlo.
Debo aclarar primero que Costa Rica se destaca por su alta productividad en algunos sectores y, por ende, muchas empresas extranjeras encuentran que es muy atractivo (“barato”) instalar sus operaciones en el país y, desde acá, vender sus productos o servicios por todo el mundo. La relación salario-productividad que encuentran es muy buena.
Parecido sucede con el turismo. Aunque algunos extranjeros que nos visitan encuentran que nuestro país es caro, muchos se van más que satisfechos por la relación precio-calidad que encontraron acá. Se van fascinados con el “pura vida”.
El problema está en que otros sectores son poco competitivos, comparado con los costos de producción de otros países. Aunque en algunos de estos sectores la productividad puede ser mayor que en otras naciones, los salarios aquí suelen ser más altos. El hecho que el salario mínimo, expresado en dólares, haya crecido un 28% en los últimos cinco años, agudiza el problema de competitividad.
Lo que hay que buscar, por lo tanto, es cómo hacer para que más empresas entren al país, porque aquí encuentran condiciones óptimas para producir; cómo hacer para que los turistas tengan una experiencia todavía mucho mejor; y cómo hacer para que los productores nacionales sean mucho más productivos y, por ende, competitivos contra lo que viene importado.
Una parte fundamental en esa tarea pasa por la corrección de los factores macro de competitividad, los que mejorarían la productividad de todos los sectores, y que tantas veces hemos mencionado en esta columna: infraestructura, calidad de la educación, tramitomanía, costo de energía, mayor eficacia en la gestión del sector público.
Otra parte pasa por una reconversión de empresarios y trabajadores. Se trata de entrar en un proceso de mejora, innovación y renovación constante. Hacer lo mismo de siempre, pero mucho mejor. O cambiar lo viejo y poco productivo por algo nuevo.
Eso es más fácil decirlo que hacerlo. Se requiere un esfuerzo grande para estar dispuestos al cambio, por convencimiento propio de que esa es la mejor salida, en lugar de quedarse a la espera de ver qué hace papá Estado, y así no tener que invertir tanto esfuerzo.