Este espacio pertenece a Julio Rodríguez. Así será por muchos años, no importa quien lo ocupe. La voz de don Julio es insustituible y, para orgullo de La Nación , no puede ser desligada de nuestras páginas. Las identifica y les imprime un particular carácter. Conservarlo, en ausencia del extraordinario columnista, es un difícil compromiso para quienes continuamos la empresa de informar y estimular el debate público.
Don Julio decidió acogerse a la jubilación. No le ha sido fácil. Debatió consigo mismo y pidió consejo a su familia. Decidió, primero, retirarse de sus funciones en la Redacción del diario y mantener la columna, no hace falta decir cuál, porque el título En vela es una palabra, no dos, y forma parte del lenguaje cotidiano.
El columnista le fue fiel a esa palabra. Sus desvelos por Costa Rica, por sus problemas y oportunidades, constan en cada publicación. A lo largo de 28 años en La Nación, muchos polemizaron con él, algunos le atacaron, no siempre con buenas artes, pero jamás se arredró.
No está en su naturaleza. El autor de En vela sabe que su profesión carece de sentido sin acopio de valor. Para ser útil, el columnista está condenado a definirse y las definiciones excluyen. El desacuerdo es inevitable, como también la tentación de pensar en su tono y extensión antes de plasmar el pensamiento en textos destinados a cientos de miles de lectores.
La renuncia al deseo de complacer, al aplauso fácil y a la lisonja ganada con sacrificio de la verdad distingue al columnista comprometido con su profesión. Don Julio demostró esa disciplina, tres veces por semana, en estas páginas, que por eso serán siempre suyas. Si a La Nación le falta En vela , conservará el ejemplo y, con él, la presencia de Julio Rodríguez Bolaños, amigo y maestro.
Bien lo dijo el jurado del Premio Nacional de Periodismo cuando acertó a concederle la distinción en el 2006: “Unos lo aprueban, otros lo refutan, otros son movidos a la reflexión. En la dialéctica indispensable del foro democrático, su aporte ha sido de la más alta calidad y ha demostrado, durante su vida, una absoluta coherencia en su pensamiento”.
Por mucho que lo extrañemos, es difícil reñir con la definitiva decisión del columnista. Hay hijos, nietos, justificados deseos de tranquilidad y conciencia del deber cumplido. Cumplido, añadimos, hasta el generoso límite de sus admirables capacidades. Es de agradecerle, más bien, la posposición, año tras año, del derecho a jubilarse.
Promete don Julio hacerse presente, como partícipe de la Página 15, cuando las circunstancias sean propicias. Será bien recibido porque estas páginas –no nos cansamos de repetirlo– son y serán siempre suyas.