La seguridad alimentaria, como la define la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), es la condición en la que todas las personas tienen acceso continuo a alimentos suficientes, seguros y nutritivos para llevar una vida activa y saludable.
En un panorama global en rápida evolución, marcado por la invasión rusa a Ucrania, los ataques de Hamás a Israel, el cambio climático, la urbanización acelerada y el crecimiento poblacional, este concepto se pone a prueba.
El conflicto entre Rusia y Ucrania y la guerra en Gaza, más allá de sus evidentes implicaciones políticas y humanitarias, tienen ramificaciones en las rutas comerciales y la producción de alimentos.
Ucrania, a menudo denominada “el granero de Europa”, es un exportador crucial de cereales. Las interrupciones en su capacidad de producir o exportar generan ondas de choque en los mercados alimentarios mundiales, afectando la seguridad alimentaria de naciones que dependen de estos productos.
Rusia, por su parte, también es un significativo actor en la producción de granos, oleaginosas, fertilizantes y gas natural, este último, insumo esencial para la actividad agropecuaria.
El cambio climático representa una de las amenazas más grandes para la producción alimentaria en el planeta. Sus efectos, aunque amplios y variados, tienen algunas constantes preocupantes.
Las temperaturas en aumento están alterando los patrones estacionales y, por ende, los ciclos de cultivo, muchos de los cuales tienen períodos específicos de siembra y cosecha. Tales variaciones pueden resultar en rendimientos reducidos o cultivos completamente fallidos.
Las sequías prolongadas y la desertificación afectan la disponibilidad de recursos hídricos vitales, mientras que, en el extremo opuesto, las inundaciones y el aumento del nivel del mar salinizan los suelos y los vuelven improductivos.
El clima cambiante está alterando además los hábitats de plagas y patógenos. Los llevan a regiones donde los cultivos no han desarrollado resistencias naturales, lo que resulta en pérdidas agrícolas significativas.
Estas alteraciones, sumadas a la erosión y degradación del suelo, exacerbadas por fenómenos climáticos extremos, plantean desafíos sin precedentes para la agricultura. Es esencial reconocer que el cambio climático no solo amenaza la cantidad de alimentos producidos, sino también su calidad y el tejido socioeconómico de comunidades que dependen de la agricultura como medio de vida.
Por otra parte, la rápida urbanización implica que una mayor proporción de la población mundial vive ahora en ciudades. No solo se reduce el área de tierras agrícolas, sino también se produce un aumento de la demanda de alimentos procesados y perecederos, una presión sobre las cadenas de suministro que amenaza la seguridad alimentaria.
Con la población mundial prevista para alcanzar los 10.000 millones en el 2050, el desafío de producir suficientes alimentos se intensifica. Esta demanda creciente choca con los desafíos mencionados y hace que la necesidad de soluciones innovadoras en el comercio y la producción alimentaria sea más urgente que nunca.
Uno de los temas que surgen con frecuencia en el ámbito de la seguridad alimentaria es el concepto de soberanía alimentaria: la noción de que un país o región debe aspirar a producir localmente todos los alimentos que consume.
Si bien el concepto puede parecer atractivo desde un punto de vista ideológico o de interés material para algunos sectores interesados, entra en conflicto con la realidad de las necesidades de los consumidores, el desarrollo sostenible y la naturaleza interconectada de la producción agroalimentaria.
Es una incoherencia pretender el autoabastecimiento total cuando, en muchos casos, los insumos esenciales para la producción, como fertilizantes, agroquímicos e incluso granos y oleaginosas para la producción animal, son importados. La interdependencia es una característica inherente del sistema alimentario moderno.
En medio de estos desafíos, el comercio emerge como una herramienta vital para reforzar la seguridad alimentaria. Este ofrece soluciones a esta aparente paradoja al permitir una diversificación de fuentes alimentarias, estabilizar precios mediante el equilibrio de oferta y demanda global, facilitar la transferencia de tecnología y conocimiento, estimular la producción local a través del acceso a mercados internacionales y atraer inversiones hacia sectores agrícolas y de procesamiento.
En lugar de ver el comercio y la producción local como enfoques opuestos, deberíamos considerarlos como complementarios y trabajar juntos para asegurar que las poblaciones tengan acceso a alimentos nutritivos, seguros y asequibles.
De esta forma, reconocer la interdependencia del sistema alimentario y aprovechar las ventajas del comercio no solo es pragmático, sino también esencial para abordar eficazmente los desafíos de la seguridad alimentaria en el siglo XXI.
En Costa Rica existe un camino claro para impulsar la seguridad alimentaria, que se alinea con las necesidades de productores, comunidades y también de la globalización.
Costa Rica, con su rica biodiversidad y clima diverso, posee ventajas comparativas en la producción de ciertos alimentos, y es imperativo capitalizar estos activos naturales.
Al apoyar y fomentar la producción en áreas y actividades donde el país tiene ventajas, se asegura una producción eficiente y también sostenible y de bienestar para los productores. Paralelamente, es crucial garantizar insumos de alta calidad a precios competitivos, ya que estos son fundamentales para mantener una producción robusta y resiliente.
Lo anterior implica eliminar sesgos, obstáculos y barreras comerciales que impiden la producción competitiva, por una parte, y la adquisición de insumos y alimentos a mejores precios, por otra.
Además, en un mundo donde las crisis, ya sean económicas, climáticas o sanitarias, parecen ser la nueva norma, Costa Rica debe establecer medidas de contingencia robustas. Estas incluyen seguros agrícolas para proteger a los productores de eventos imprevistos y sistemas de almacenamiento eficientes que aseguren que los alimentos no se pierdan y sean distribuidos adecuadamente.
Es esencial que Costa Rica aproveche su envidiable plataforma comercial, que le abre múltiples mercados para la exportación de productos con ventaja comparativa, así como para la importación de alimentos e insumos necesarios.
El acceso privilegiado es una herramienta poderosa que, si se utiliza adecuadamente, puede convertirse en un pilar para garantizar la seguridad alimentaria del país en las próximas décadas. Cabe recordar que las exportaciones costarricenses de alimentos generan divisas que alcanzan para pagar hasta dos veces nuestra factura petrolera y todas las importaciones de insumos y alimentos que realizamos.
En conclusión, los desafíos que enfrenta el mundo en general, y Costa Rica en particular, en términos de comercio y seguridad alimentaria, son multifacéticos y están interconectados.
La solución requiere una cooperación global sin precedentes, políticas comerciales coherentes, innovaciones en la agricultura y una mayor conciencia sobre el consumo sostenible. Solo a través de un enfoque colectivo e integral es posible abordar eficazmente la creciente amenaza a la seguridad alimentaria global y nacional.
Víctor Umaña es economista agrícola. Realizó sus estudios de posgrado en Economía Política Internacional en la Universidad de Berna y el ETH de Zúrich, Suiza. Es consultor internacional en comercio internacional, competitividad y desarrollo sostenible.