¿Puede vislumbrarse algún riesgo asociado a la no aceptación por parte de algún partido de los resultados de la primera ronda de las elecciones presidenciales y legislativas? Parece una pregunta superflua en un país como el nuestro, con la trayectoria de elecciones libres y limpias más prolongada de América Latina. ¿Para qué elucubrar si es obvio que aquí la costumbre es confiar en la gestión del TSE?, dirá más de uno.
No está de más pensar en ello. Lo impensable a veces ocurre. Si no, vean lo sucedido el año pasado en Estados Unidos, donde huestes pro-Trump asaltaron el Capitolio. En nuestro país, en el 2006, hubo un resultado estrecho y al partido perdedor le costó algunos días aceptar que su pérdida no había sido producto de manos peludas.
En el caso de los comicios presidenciales, las diferencias entre candidatos son muy pequeñas y, con tanto partido, al Tribunal le espera un muy laborioso escrutinio. Ello crea problemas potenciales: que una mayor espera de los resultados sea caldo de cultivo para especulaciones, que varios candidatos queden muy cerca entre sí y que algún o alguna intemperante declare que él o ella fue quien pasó a la otra ronda. ¿Posible? Sí. Pero no veo ahí un gran riesgo. Por pequeñas que sean esas diferencias, serán de miles de votos y los que están punteando tienen interés en defender el resultado.
Veo un riesgo mayor en la elección de diputados. Debido a la probable dispersión del voto, los ganadores de una curul pueden definirse, en no pocos casos, por muy pocos votos (centenas o decenas) y, por las reglas electorales, los partidos que alcancen subcocientes pueden obtener una representación legislativa mucho mayor que la proporción de votos recibidos. Algunos dirán que resultados así son injustos; decenas de gallos viejos y mañosos se quedarán con las manos vacías, sin brete y calientitos; y el escrutinio, aún más lento que el de las presidenciales, abrirá un inquietante compás de espera.
Voy con escenario distópico: que varias curules en el Valle Central se definan por un pelo, que los perdedores azucen a sus clientelas contra el tribunal, que más de uno judicialice quejas ante el Ministerio Público y tense el ambiente con manifestaciones destempladas. Quizá sean devaneos, pues realmente espero que, como siempre, impere la madurez cívica. Sin embargo, si la distopía se concretara, defenderé al TSE.
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El autor es sociólogo, director del Programa Estado de la Nación.