De acuerdo con el informe que prepara la Conferencia de las Partes (COP 26) para la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, los gases contaminantes deberían disminuir un 45 % de aquí al 2030 para alcanzar en el 2050 la descarbonización.
Pero, según el resultado de las contribuciones y compromisos de los países, se está produciendo un sostenido incremento que, de seguir a ese ritmo, la temperatura del planeta subirá 2,7 °C a finales del siglo.
Un resultado catastrófico para la vida de los ecosistemas, incluida la humana en sociedad tal y como la hemos disfrutado. Así, lo anda advirtiendo a voz en cuello António Guterres, secretario general de la ONU, como lo hizo en una reciente entrevista para la televisión española.
También, el administrador del PNUD, Achim Steiner, quien a raíz de la presentación del índice de desarrollo humano 2020, en un encuentro con periodistas de agencias internacionales, alarmado, propuso replantear la calificación de la concepción del desarrollo, para lo cual plantea castigar en el índice a los países cuyo desempeño «muy alto» es conseguido afectando el planeta.
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Países como Noruega, primero en la lista de desarrollo, caería 15 posiciones en la tabla a consecuencia de la huella ecológica. De acuerdo con Steiner, igualmente otros países desarrollados, como Estados Unidos, Australia, Luxemburgo y Singapur, descenderían, respectivamente, 45 puestos, 72 y nada más y nada menos que 131 y 92.
En otras palabras, si para la medición del 2022 el PNUD decide variar su metodología y calificar el progreso de las naciones de conformidad con el grado de afectación de estas al ambiente, Luxemburgo o Singapur pasarían a ser sociedades de bajo desarrollo.
En síntesis, sería una evaluación moral que juzgará severamente a muchos países cuya riqueza es obtenida a costa del futuro ambiental de los demás.
Otro elemento que se trasluce de la información dada por Steiner es que prácticamente ninguna nación está logrando su prosperidad sin dañar el ambiente, y muchas, actualmente con bajo desarrollo, deberían ascender en la lista por cuanto lo agreden mínimamente. Incluso la prestigiosa Islandia, reconocida por el uso intensivo de energías limpias y renovables, si se tomara en cuenta la huella ecológica que origina su prosperidad, perdería 26 puestos en el índice de desarrollo.
Tal replanteamiento del concepto mismo de desarrollo resulta interesante, máxime si se considera que cuando nació, en 1990, fue disruptivo, pues hasta ese momento se entendía por desarrollo únicamente el poderío material de las sociedades.
Las únicas mediciones que interesaban eran aspectos como el producto interno bruto de los países, su balanza de pagos, su capacidad exportadora, sus reservas financieras, el tamaño de sus ejércitos o el ingreso per cápita, sin importar la desigualdad o el acceso de sus habitantes a servicios que garanticen la buena calidad de vida, como agua potable, vivienda y energía.
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La paradoja actual, entonces, está entre alcanzar un desarrollo económico elevado y el alto costo ambiental que se paga por ello. Ahora bien, en el caso de los costarricenses, no todas son malas noticias, pues, como declaró Pedro Conceição, otro funcionario del PNUD, al prestigioso diario «El País», para los autores de la reformulación del informe, Costa Rica, país que según el índice de desarrollo es calificado de «muy alto» —ocupa la posición 62 de 189 naciones—, ascendería 37 posiciones.
Lo anterior gracias a los buenos indicadores del grado de emisiones y por la huella ecológica del consumo. De conformidad con los expertos del PNUD, «Costa Rica ya ha aprovechado la energía hidroeléctrica y ha descarbonizado en gran medida la producción de electricidad».
Una de las medidas que para Steiner urge tomar es la eliminación de subsidios a los combustibles fósiles. De acuerdo con el citado estudio del PNUD, hay un subsidio a los combustibles contaminantes equivalente al 6,5 % del PIB global.
En el informe se insiste en otras «áreas comunes» o trilladas del discurso pro ambiente, como lo son la necesidad de replantearnos disminuir el consumo excesivo de plásticos y bienes desechables, y, por supuesto, en lo que se hace énfasis con denuedo es en incentivar todas aquellas formas de consumo que no impliquen perjuicio para el ambiente, a saber, si de energías se trata, la mareomotriz, la eólica y la solar, además de otras medidas, como la de un proceso mundial de reforestación vigoroso, la detención inmediata de la tala, el repoblamiento de los centros urbanos mediante vivienda vertical para evitar la progresividad del crecimiento suburbano horizontal en detrimento de las zonas verdes, entre otras acciones vitales.
Lo que me aterroriza es que el mundo considere a Costa Rica la punta de lanza en la materia, el ejemplo de los países de desarrollo muy alto que, si se contemplara la presión sobre el planeta, ascendería 27 escalones en el ranquin.
Me aterroriza, pues, a fin de cuentas, soy consciente de lo poco que mi país está haciendo por el cambio ambiental. Entonces, ¿están haciendo los demás tan mal su tarea?
El autor es abogado constitucionalista.