«¿Cuál es la diferencia entre conceder un premio literario y premiar en un concurso literario?», pregunté. «No son iguales, pero vienen siendo lo mismo», sentenció mi interlocutor. Pregunta y respuesta fueron un doble poema a la irrelevancia, pero no pude menos que recordarlas cuando, hace unos días, escuché a un artista costarricense diciendo que en nuestro país los premios literarios se distribuyen según criterios nada literarios y afirmó que los compadrazgos permiten, incluso, que haya premios concedidos vía uxoris, es decir, esposo premia a esposa y viceversa.
Ante tal afirmación conviene afinar la puntería. Un premio literario es el resultado de una decisión tomada por un grupo, supuestamente docto, encargado de exaltar a un autor o una autora después de considerar la importancia de su obra publicada en el transcurso de toda una vida o de un período determinado (un año, por ejemplo). Los nombres de los miembros de ese grupo (jurado) y de las personas que podrían recibir el homenaje se conocen de antemano y el fallo es, usualmente, inapelable. Declarar ganador de un concurso literario también corresponde a un jurado que puede mantenerse en secreto o no durante el trámite del concurso, pero este jurado debe desconocer los nombres de los autores de las obras participantes, y de ahí que lo normal sea no permitir la participación con obras previamente publicadas total o parcialmente: quien gane un concurso literario contraviniendo esta norma merece ser objeto de sospechas.
El inagotable Italo Calvino escribía en 1965: «En el campo de mi experiencia, una de las instituciones más negativas (y sin embargo más afortunadas) es el premio literario. Negativa desde el punto de vista literario, como es obvio, porque no es distribuyendo premios como se juzga y se endereza la literatura; negativa desde el punto de vista político, porque mezcla inevitablemente la política con compromisos y falsificaciones de todo tipo; deseducador como hecho en sí, porque da una resonancia falsa a los libros. Y otra cosa más: premio literario quiere decir un jurado con una sarta de nombres notables, una asamblea de figuras representativas. Esta institución del notable cultural también: cuanto antes desaparezca mejor será». ¡Habló Júpiter, pues calle el buey!
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El autor es químico.
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