Sigo creyendo que los acontecimientos actuales son caldo de cultivo para volver los ojos a textos literarios que, gracias a su capacidad simbólica, a la figura de la alegoría, a su condición anticipatoria y a recrear mundos ficcionales, permiten hacer analogías con las situaciones recientes.
En un artículo publicado anteriormente, sobre Ensayo sobre la ceguera, titulado “Saramago y el coronavirus”, me referí a la pandemia.
Recuerdo también Cien años de soledad y El amor en los tiempos del cólera, de García Márquez; El Decamerón de Giovanni Boccaccio; Edipo rey de Sófocles; Diario del año de la peste, de Daniel Defoe; Festín en tiempos de peste, obra de teatro de Alexánder Pushkin, la cual inspiró el texto La ciudad de la plaga, de John Wilson, así como el título de un poemario del escritor costarricense Carlos Cortés.
Se trata ahora de la novela La peste (1947) de Albert Camus, una alegoría que recrea la peste bubónica que se desata en Orán, prefectura francesa en la costa argelina.
Los personajes principales son el Dr. Bernard Rieux, actante principal que lleva la batuta de los acontecimientos; el doctor Castel, médico viejo, colega del anterior; un jesuita, un juez de instrucción, un portero, un periodista, el director del municipio, entre otros.
Descripciones. Las primeras páginas son una descripción del marco urbanístico de la ciudad, hábitat de todas las variables socioculturales que suceden durante la peste.
Es una ciudad caracterizada por valores materialistas que “… se interesa sobre todo por el comercio, y por la búsqueda de bienestar material…”, y en la que destaca “…el aspecto frívolo de la población, de la vida, de sus costumbres”.
El detonante de la peste es la aparición de una rata cuando el Dr. Rieux “…al salir de su habitación tropezó con una rata muerta en medio del rellano de la escalera…".
Y, cuando en otro momento, "vio surgir del fondo oscuro del corredor una rata de gran tamaño con el pelaje mojado…”.
La rata se convierte en símbolo de la pandemia y, en adelante se da, in crescendo, un paralelismo entre la avalancha de ratas y el avance de la peste que ataca a todos los estratos sociales, sin perdonar edades, profesiones, sexos, etc. Todo ello fusionado con las crisis y agravamiento de los valores morales de esa sociedad.
El argumento hace aflorar lo peor y lo mejor del ser humano. Por un lado, coraje, heroísmo, solidaridad, valentía, espíritu de sacrificio de quienes luchan contra la peste; por oposición, el egoísmo, la insolidaridad, la cobardía, el desapego, la irracionalidad.
Ello conduce a situaciones donde destacan, entre otras cuestiones, la pérdida de comunicación, el aislamiento, la incertidumbre y sus respectivas consecuencias; las discusiones alusivas a la existencia de Dios, del cielo, del purgatorio, del infierno, de la oposición fe-razón y otros temas de la teología.
Algunos ejemplos significativos. "Una parte del cuartel de Aduanas había sido transformado en enfermería…”. La cuarentena “…había quedado organizada del modo más estricto”…(…). “Eran las cuatro de la tarde. La ciudad se asaba lentamente, todos los comercios tenían las cortinas echadas. Las calles estaban desiertas”.
Uno de los pasajes más dramáticos es la descarnada descripción de la agonía de un niño atacado por la peste y sin posibilidades de recuperación; este pasaje sirve para meditar sobre la vida y la muerte que lleva a decir al Dr. Rieux: “…yo tengo otra idea del amor y estoy dispuesto a negarme hasta la muerte a amar esta creación donde los niños son torturados”.
Cuando en un momento la epidemia avanzaba lentamente, el Dr. Rieux confirma que “…la curva de las estadísticas subía menos de prisa (…). Opinaba que la peste alcanzaba lo que él consideraba un rellano. Ahora, seguramente, empezaría ya a decrecer”.
Ante informaciones y estadísticas favorables “era mejor no cantar victoria todavía, pues la preocupación era: ¿Cómo reorganizar la vida que va a empezar”.
Como propio de un escritor-filósofo, no faltan discusiones, entre un jesuita y un médico, a partir de contradicciones tales como: Dios-diablo, bien-mal, fe-razón, guerra-paz.
Un ejemplo de esto último: “Hay causas por las que vale la pena morir, pero ninguna por la que vale la pena matar”. "Estoy harto de la gente que muere por una idea…”.
En un momento de optimismo: “Los meses que acababan de pasar, aunque aumentaban su deseo de liberación, les habían enseñado a ser prudentes (…) y en el fondo de los corazones se agitaba una esperanza inconfesada”.
Ratas eternas. Si el reinado de la peste decrecía, el paulatino regreso a la normalidad implicaba una aceptación de nuevos valores. Cuando se da de alta sucede que “cantos y bailes en las plazas, desfiles, alegría, reencuentros, y un tránsito que se reactiva”.
Sin embargo, hacia el final, este fragmento nada esperanzador: “El bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, sino que puede permanecer durante decenios dormido en los muebles, en la ropa, que espera pacientemente en las alcobas, en las bodegas, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y puede llegar un día en que la peste, para desgracia y enseñanza de los hombres, despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa”.
La peste es un clásico del siglo XX, cuyos contenidos resaltan el valor anticipatorio de la literatura, como dijimos al inicio. Es imperativo destacar a Camus como uno de los filósofos más influyentes del siglo XX.
Sus planteamientos desde la filosofía sobre el absurdo y el existencialismo, entre otros, han dado pie a numerosos y valiosos estudios. Desborda nuestros propósitos, pues no es mi disciplina, comentar al respecto.
En estos momentos, queda la opción de disfrutar del placer de la lectura y de la literatura como una propuesta de concientización.
La autora es filóloga.