Byung-Chul Han en su ensayo La sociedad del cansancio evidencia la necesidad de hacer un alto en el camino. Un detenerse que cuenta la vida de Buda, cuando reconoce que las acciones pasadas, en tanto el dharma y el karma cada día lo alejan más del camino de la iluminación, y decide quedarse quieto, no actuar y dar inicio a la meditación como una práctica que puede incidir en el samsara o ciclo de renacimientos.
La meditación le abre campo a la vida íntima como un valor antes no apreciado. Podemos meditar de muchas maneras: quietos, contemplando, tejiendo, rezando, escribiendo, sembrando, oyendo…
Todas las formas nos acercan de nuevo al valor de la intimidad. Un valor olvidado debido a la norma cultural impuesta en la actualidad por el mercado, de divulgarlo todo, de contarlo todo de manera voluntaria, como si viviéramos en una inmensa vitrina.
Pues sí, como dice Byung-Chul Han, la transparencia termina en autoexplotación de nosotros mismos. Pero no confundamos: la intimidad no es el secretismo; es el autocuidado contra el ojo del gran hermano, del censurador y acumulador de datos que vigila como si lo íntimo fuera sinónimo de ocultamiento o vergüenza.
Un puritanismo extraviado entre el valor del enriquecimiento a cambio de información sobre las conductas humanas tiene a la sociedad cansada, dice Han. Una nueva mesa inquisitoria que censura o premia con las leyes del mercado cada una de las acciones, deseos e impulsos.
Hagamos tendencia del día libre, de ese dejar de hacer, dejar de mostrar. Hagamos tendencia de quedarnos quietos recordando el original pacto homológico con la naturaleza y los amores. El antiguo y cordial pacto con la vida personal, en la cual no hay rendimiento ni producción, solo convivencia con el entorno y redimensión de la identidad que es precisamente la que nos protege de las enfermedades de la psique. La que nos vuelve capaces de rehacernos a nosotros mismos, de autodevenir, autoexistir y autogestarnos.
Sin culto a la intimidad, agotamos las reservas físicas, psíquicas o espirituales necesarias para vivir bien y, paradójicamente, empezamos a consumir toda suerte de productos para lo mismo.
Tiempos cuando buscamos ser todos soberanos y repletos de derechos en masa, convirtiéndonos en jueces de nuestros propios procesos de producción sin más convicción que la tendencia. Y todo lo que se convierte en masa, sin práctica de intimidad de pensamiento y acción, deja de ser en sí mismo para ser de otros.
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La intimidad también es un derecho, pero si ya olvidamos qué se obtiene con ella, o nunca hemos reconocido ese espacio en la vida, siempre está a mano la mente, la quietud, el silencio y la noche.
Apaguemos todo. Mantengamos cerca toda la belleza de lo bueno con lo que nos identificamos y reconozcamos que no necesitamos ningún like en ese instante. Ningún espejo.
La intimidad es un valor intrínseco a la vida y aunque no se haga publicidad de su experiencia aquí la anoto como eje de mi novela Zona azul.
La autora es filósofa y escritora.