ATLANTA– Dice la tradición que cuando los jefes de estación menos queridos de la CIA son transferidos de sus puestos al exterior, el personal bajo su mando, después de tanto padecimiento, celebra con una fiesta descomunal.
Si la tradición sigue en pie, varias botellas de champaña se descorcharon en la sede central de la CIA cuando Donald Trump perdió su reelección presidencial a manos de Joe Biden.
Es un secreto a voces que los servicios de inteligencia de Estados Unidos han estado en el punto de mira de uno de los presidentes más ignorantes, paranoicos y antagonistas de la historia.
Trump no escondía su desconfianza de los espías y de los analistas de inteligencia, y tampoco su menosprecio por la seguridad nacional de Estados Unidos.
Biden, en cambio, en su calidad de exvicepresidente y titular de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado, es en todos los sentidos un consumidor experto y agradecido de inteligencia.
Con solo tomar las riendas, su administración habrá hecho un gran progreso en cuanto a restablecer una sensación de normalidad en la comunidad de inteligencia (y en el resto del gobierno federal).
Por otro lado, Biden formó un equipo avezado, cuyos miembros principales ya son muy conocidos entre sí y para la comunidad de inteligencia.
En sus nuevos roles, tendrán que enfrentar una amplia gama de cuestiones. Como sucede en todas las transiciones, sus buzones de entrada seguramente ya deben desbordar de consejos. Pero la prioridad inmediata, claramente, es empezar a reparar el enorme daño que le ha hecho la administración Trump a la gente y a las relaciones en cada parte de la comunidad de inteligencia.
Un problema obvio para los líderes de inteligencia serán los efectos duraderos de la estrategia caótica y destructiva de Trump en el campo de la política exterior, que ha incluido ataques personales a los líderes de la OTAN, elogios a dictadores, retiros precipitados de tropas y amenazas de renegar de alianzas en Europa y Asia.
El distanciamiento de Trump de los aliados y su admiración por los adversarios hizo añicos las relaciones vitales de recopilación de inteligencia, militares y diplomáticas.
Las relaciones erosionadas son solo parte del problema. Al atacar a sus propios oficiales de inteligencia e intentar politizar su trabajo, Trump minó la moral de las agencias, así como su credibilidad.
Aquí, el remplazo de John Ratcliffe, un adulador incondicional de Trump, por la exvicedirectora de la CIA Avril Haines como directora de Inteligencia Nacional (DNI) será de ayuda. Pero los jefes de espías de la nueva administración tendrán que hacer algo más que ofrecer un producto de buena calidad. También deben tranquilizar a sus empleados y reafirmar los compromisos de sus agencias con los estándares éticos y operacionales de larga data.
Los secuaces de Trump muy probablemente sigan excediendo su competencia antes de abandonar el cargo. El mes pasado, por ejemplo, Ratcliffe pronunció una advertencia histérica sobre China en un comentario para The Wall Street Journal.
Aunque nadie duda de que el régimen cada vez más autoritario y agresivo de China seguirá siendo una cuestión preocupante para la seguridad nacional, la intención de Ratcliffe fue claramente política.
Al mezclar aseveraciones sobre los planes de China con una retórica incendiaria, hizo un mal uso de la inteligencia y de su cargo, erosionando la credibilidad de ambos.
Esta politización de la inteligencia sobre China no fue la primera ni la peor ofensa de Ratcliffe. Su comportamiento irresponsable también llegó a los titulares en setiembre, cuando desclasificó informes que sugerían que Hillary Clinton había conspirado con el Kremlin en su carrera presidencial del 2016.
Los expertos de inteligencia de Estados Unidos ya habían denunciado esos informes por considerarlos una posible desinformación rusa.
Al ignorar esas objeciones y difundir de todos modos los informes no verificados, Ratcliffe puso en peligro fuentes y métodos de inteligencia de Estados Unidos.
Su motivo era obvio: desacreditar los hallazgos de la comunidad de inteligencia de que Rusia, en verdad, había colaborado en la campaña de Trump en el 2016.
La oficina de la DNI no es el único lugar donde el equipo de Biden tendrá que restablecer estándares de inteligencia profesionales. Un esfuerzo similar también se necesita y con urgencia en la CIA y otras agencias debido a los intentos de Trump de desplazar al informante de la CIA cuya denuncia precipitó su juicio político por la Cámara de Representantes el año pasado.
Los ataques sórdidos de Trump y de sus aduladores a las protecciones legales del informante se toparon con un silencio absoluto de los líderes de inteligencia.
La falta de una respuesta pública de Gina Haspel, directora de la CIA nombrada por Trump, fue más que elocuente, al igual que el silencio de otros jefes de la agencia en el 2020 cuando Trump despidió al inspector general que presentó la denuncia del informante ante el Capitolio.
Para las bases de la CIA, las palabras importan. Al ofrecer solo silencio, estos líderes de inteligencia enviaron una señal de que las leyes, los juramentos profesionales y las obligaciones institucionales son una letra muerta. Los jefes de inteligencia de Biden ahora deben comunicar el mensaje opuesto.
El valor de la inteligencia para los responsables de las políticas no solo depende de la relevancia y la precisión de los datos crudos, sino también de la objetividad del análisis que les dan sentido.
La calidad de la inteligencia así depende de la integridad de los oficiales que la recopilan y la interpretan. Para que esos oficiales sigan comprometidos con los más altos estándares éticos y profesionales —incluso cuando descubren una mala conducta de sus propias agencias— también lo deben estar sus líderes.
Hace casi 35 años, cuando el exdirector del FBI William H. Webster fue nombrado por el presidente Ronald Reagan para dirigir la CIA, tras el escándalo Irán-Contra, pronunció el discurso de apertura más breve en su audiencia de confirmación en el Senado. Citando a sir William Stephenson, el jefe de espías del Reino Unido en Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial; dijo: «Entre los arsenales cada vez más complejos en todo el mundo», escribió Stephenson, «la inteligencia es un arma esencial, quizá la más importante. Pero, al ser secreta, es la más peligrosa. Las salvaguardas para impedir su abuso deben ser diseñadas, revisadas y aplicadas con rigor. Pero como en todas las iniciativas, el carácter y la sabiduría de aquellos a quienes se les encomiendan serán decisivos. En la integridad de esa tutela reside la esperanza del pueblo libre de perdurar y prevalecer».
Webster, que es un hombre de una reputación excepcional, acentuó la importancia de la integridad. Los candidatos de Biden para el sector de inteligencia harían bien en hacer lo mismo en sus propias confirmaciones y cuando les hablen a los oficiales de inteligencia que aguardan su liderazgo.
Kent Harrington: ex analista sénior de la CIA, se desempeñó como oficial de inteligencia nacional para el este de Asia y fue jefe de estación en Asia y director de asuntos públicos de la CIA.
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