En el poco tiempo libre de mi reciente visita a Costa Rica, apenas pude darme una escapada a librerías en busca de novedades locales interesantes.
En medio de los nuevos títulos, encontré el más reciente libro de poesía de Alfonso Chase, Libro de los esplendores, cuyo título alude, por supuesto, al clásico cabalístico Zohar (o Libro del esplendor), así como a la selección y comentario que el ocultista francés del siglo XIX Eliphas Lévi hizo de él, a la luz del simbolismo masónico, justamente con el título de El libro de los esplendores. Así, para el conocedor, las referencias intertextuales de Chase son claras. Manos a la obra, entonces, o mejor, ojos a la página.
Gurdjieff en Chase. Ya en las primeras páginas encuentro, entre las ilustraciones que suelen acompañar los libros de poesía de Chase, el símbolo del eneagrama, figura de nueve puntas de la escuela esotérica de Gurdjieff, llamada del Cuarto Camino, que reaparecerá con variaciones a lo largo del texto.
El libro está dedicado a Jeanne de Salzmann, discípula de Gurdjieff y quien mantuvo la llama de su enseñanza tras la muerte del maestro rusoarmenio en 1949, hasta su propia muerte en 1990. También hay un hermoso poema, “Cármenes”, dedicado a ella, del que transcribo la estrofa VI: “Escribo en libertad de ser solo una voz plural/ desperdigada en un grano de luto sobre el mundo./ Escribo en cárcel de palabras,/ rasgo la hoja en dos/ y descuajo los ternísimos insectos del lenguaje/ asidos al imán de los vocablos: huyen entonces hacia arriba:/ mariposas brillando como lunas”. No puedo dejar de pensar en los ascendentes hombres mariposa de los cuentos alquímicos de Eunice Odio.
Las referencias a Gurdjieff no son nuevas en la obra de Chase. Uno de sus mejores libros, El tigre luminoso (1983), está dedicado a él, y otro de poesía, Entre el ojo y la noche (1986), va siendo enhebrado con citas de uno de los discípulos de Gurdjieff en Francia, el escritor René Daumal. De hecho, estos tres libros mencionados ponen de manifiesto ese lado de sabiduría esotérica en la obra chasiana, ya no tanto los aspectos eróticos, políticos o literarios de otros títulos.
En ellos, sus poemas adquieren una textura más filosófica, más de gnosis personal y estética, y, en el caso de Libro de los esplendores, una suerte de desasimiento del mundo, casi que de despedida: “Supo que era preciso mantener el silencio /para no contaminarlo de respuestas. /A fin de cuentas/ sus lectores eran pocos y fieles/ y no necesitaban de muchos acertijos/ para comprenderlo. /No quiso subir las escaleras/ que daban al pórtico sellado/ y esquivó los aplausos/ que le producían vértigo. /Supo que estaba muriendo,/ lentamente, y se rio de sí mismo. /Escuchó el rumor/ de campanas donde solo eran ruidos vulgares”.
Aparte de Gurdjieff, otras referencias son el taoísmo, Krishnamurti, el budismo zen y hasta el imaginario Necronomicon de Lovecraft.
Sincronicidades poéticas. Debo agregar que el libro lo leí casi de una sentada, en una banca enfrente de la biblioteca Carlos Monge, de la Universidad de Costa Rica, en una tarde nublada y fría que ahuyentaba a los estudiantes. Ahí, me sumergí en la lectura mientras los truenos hacían de trompeteros y los pájaros contestaban píamente a sus húmedas amenazas. Encontraba en esos versos al gran Chase, que no siempre sale a la luz, enmascarado con otros atuendos.
Atento a su logos poético, cabalgué en esa tarde de luz ambigua, y quizá porque de pronto lloraba quedamente entre sus líneas (hacía tanto tiempo que un poema no me hacía llorar de emoción), la lluvia no cayó hasta más tarde, cuando ya me encontraba en el hotel.
Al llegar, me encontré con un recado que conservo entre las páginas del libro y que decía: “#17, 14/10: Salud del escritor Alfonso Chase, que se encuentra en el hospital Calderón Guardia. De parte de su hermana”. ¡Oh, sincronicidades del alma y de los cuerpos! Mientras yo leí sus versos, el poeta yacía en su lecho de hospital, conectados por el verbo.
Por suerte, la última noche en el país, después de haber preguntado a conocidos comunes que me informaron sobre su estado de salud, llamé a su casa, con poca esperanza de encontrarlo, o de que contestara el teléfono (según su ánimo), y cuál no sería mi alegría (la nuestra, quiero suponer) que contestara y nos enfrascáramos en una de nuestras largas y entretenidas conversaciones, que incluyó, aparte de su salud, el centenario de Eunice Odio con muchos de sus avatares.
Gurdjieff y Eunice Odio. Por cierto, Eunice Odio fue otra poeta que se topó con el mundo de Gurdjieff, pero al que prefirió evitar. Como dice en una carta: “Lo curioso es que Ouspensky-Gurdjieff me han estado persiguiendo desde antes de irme a EE. UU., durante el tiempo en que estuve allá y después, cuando volví a México. Durante los últimos años, por todos lados, y a la menor provocación, me encuentro con gente interesada en eso, que quiere que yo me interese a la fuerza en lo mismo. Afortunadamente me he negado”. Comenta sobre el final misterioso de algunos de sus seguidores en México, como la pintora Remedios Varo y el escritor Efrén Hernández.
El caso es que la inquisidora Eunice, conocedora de teósofos y rosacruces, evitó, sin embargo, la escuela del Cuarto Camino.
Queda, pues, el esplendor de la poesía de Chase en el libro de nuestro empeño, de reflejos sabios y crepusculares, con poemas que se cuentan entre los mejores de su larga y resplandeciente trayectoria y que testimonian que, no solo hay Chase para rato, sino, sobre todo, que hay Chase para la eternidad.
El autor es escritor.