Llegué a Costa Rica con Sarah, mi esposa, el 7 de marzo. Apenas aterrizamos, reportamos en Migración que veníamos de Italia.
Nos pidieron llenar un formulario, nos tomaron la temperatura y ritmo cardíaco, y se nos indicó que debíamos mantener un distanciamiento social durante 14 días. Además, se nos informó de que el sistema de salud del país daría seguimiento.
Durante las dos primeras semanas, nos llamaron por teléfono 3 o 4 veces de la unidad de salud de la Caja Costarricense de Seguro Social de Belén para verificar nuestro bienestar.
Entre el monitoreo al llegar al país y la ampliación de medidas para toda la población, estuvimos aislados durante casi dos meses.
Tenemos programado regresar hoy a Europa en un vuelo humanitario organizado por la Embajada de Italia en San José.
No es que no haya limitaciones ni que seamos inmunes al shock económico, es que enfrentamos las limitaciones aplicando principios éticos universales. Como nos informó La Nación: “La CCSS alista guía para ayudar a médicos a decidir a quién pone en respirador si covid-19 satura hospitales” y que la comisión de bioética recomienda “no discriminar por edad, sexo o condición social” (4/5/2020).
En principios similares, se basaron en Italia cuando la escasez apremió. No es la capacidad de producir riqueza el factor decisivo para dar prioridad a alguien.
Unidad nacional. Me llenó de satisfacción y orgullo ver al gobierno y al país entero organizados para responder a la pandemia con decisión y sin dejar de lado a nadie. ¡En Costa Rica nadie es descartable!
Esa decisión ha significado un enorme costo económico y social que hemos vivido todas las familias. En nuestro caso, algunos parientes tienen restaurantes o venden servicios de salud al exterior.
Para ellos, la economía entró también en cuarentena y en lo macroeconómico el Banco Central de Costa Rica prevé una caída del PIB del 3,6 % (equivalente a casi dos veces el monto que invertimos anualmente en las universidades públicas).
Aunque hoy apenas se vislumbra cómo será la economía pos-covid-19, apagado el incendio, deberemos trasformar sectores como el turístico y el agrícola, que sin duda pueden y deben reinventarse.
En otro medio publiqué que el término descartable se lo oí al papa Francisco en muchas oportunidades: “Hay que abandonar la cultura del descarte”, y en otras ocasiones, desde el Vaticano, explicó: Hay que ser como el buen pastor y ninguna oveja debe dejarse abandonada y perdida. En Naciones Unidas trabajamos bajo ese principio ético y se integró en el eslogan de “No dejar a nadie atrás”.
Combatiendo de verdad. Pero una cosa es filosofar y discutir principios en teoría y otros cuando un país reacciona para proteger a los miembros más vulnerables de su sociedad y enfrenta unido la pandemia. En esas circunstancias, se saca la casta, diríamos en Guanacaste.
El gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo, es de origen italiano y plantó cara a empresarios y ciudadanos diciendo “aquí toda vida es preciosa” y hemos visto como día tras día la gran ciudad achata la curva de infectados.
En la acera de enfrente, grupos conservadores lo critican y difunden propuestas para no sacrificar más la economía, como, por ejemplo, el efecto de inmunidad comunitaria (herding). Ideas que implícitamente proponen la aceptación de que aumenten los daños y el número de muertos de la tercera edad o de diabéticos o personas con problemas coronarios. Perder más vidas a cambio de no afectar más la generación de riqueza.
Viví el grueso de mi cuarentena en Costa Rica. Aquí, casi nadie se ha atrevido a defender la tesis utilitaria y el país sigue atento a cuántas unidades de cuidados intensivos se encuentran disponibles.
He visto con orgullo que los servicios de la salud pública dan acompañamiento a los adultos mayores y hasta les llevan las medicinas a la casa, que se provee de alimentos a los niños que ya no van a los comedores escolares y el país entero llora cada muerto y cada paciente recuperado es motivo de celebración.
Solo pude ver a mi madre de lejos, siguiendo el debido protocolo (mascarilla y cambio de ropa incluidos) después de más de 40 días en el país.
Mi madre es una adulta mayor de 87 años, con 12 de padecer alzhéimer. Ahora, regreso a mi trabajo en Italia sabiendo que podré dormir tranquilo porque para los costarricenses y para los italianos ni mi madre ni otros ancianos son descartables. ¡Para estos pueblos, toda vida es preciosa!
El autor es exministro de Ambiente.