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Desde mediados del siglo XVI hay presencia afro en Aserrí. Foto ilustrativa. (Shutterstock)
La primera vez que escuché este poema tuve ganas de llorar. Fue durante la celebración del Festival Internacional de Poesía Hojas Sin Tiempo. Shirley Campbell Barr lo leyó en el auditorio de la Facultad de Letras de la Universidad de Costa Rica (UCR), mientras en mi interior todo se conmovía por aquel poema que decía algo así: “Yo voy a enseñarte, hija mía, así como un día aprendí de mi madre y ella de su abuela y su abuela de otra madre, a construir caminos y perfectas veredas en tu cabeza. Te voy a enseñar, hija de mis entrañas, a diseñar obras de arte, a delinear imágenes, a tejer un mundo brillante y lleno de colores en las trenzas de tu cabeza. Y un día, cuando aprendas a peinar tu propio cabello y los cabellos de tus hijas, vamos entonces a construir un nuevo mapa. Construiremos un mundo nuevo en tu cabeza, que les permita a todas las niñas negras como tú llevar con orgullo la hermosura de nuestros cabellos”.
Desde hace mucho tiempo, hay discursos y narrativas del poder que insisten en anular la belleza profunda de estos mapas que se construyen en el cabello de muchas mujeres en el mundo. Por ejemplo, el sábado 20 de setiembre de 1919, en la revista Repertorio Americano, dirigida por Joaquín García Monge, se anunció la venta de una preparación (Pelo-Lisina) “para desrizar y suavizar” el cabello y que las personas “de color” debían usar, pues, además, limpiaba y perfumaba la cabeza.
El discurso contra las expresiones afrodescendientes lleva ya más de cien años insistiendo en anular la forma en que las personas peinan sus cabellos y que debe ser transformada, como proponía la “Pelo-Lisina” que, además, aseguraba, “no falla en los casos más rebeldes” y que no debe faltar en el tocador de toda persona “de color”.
Esta semana, tristemente, volvimos a escuchar las voces que demandan higiene social para los cabellos rebeldes de aquellas personas que, como Shirley Campbell Barr, se niegan rotundamente a negar su voz, su sangre, su piel y, por supuesto, su cabello.
Quizá por eso la escritora Delia McDonald Woolery escribió también lo siguiente: “A los seis años, me encontró la escuela, una galera aullante, blanca y azul, azul y gris, escaleras y mosaicos. Mi maestra es una azucarera —redonda y blanca—, vestida siempre de verde (…). Ella me sentaba en una esquina (…) y en mi rincón lejos de sus hijas blancas yo siempre en rebeldía y por supuesto ya era buena coleccionando palabras”.
Estos mapas de resistencia se escriben también desde la afroguanacastequidad. La poeta nicoyana Milagro Obando Matarrita en su libro Noche sin luna escribe: “No sé por qué me esconden, si a leguas me dejo notar. Lo que está a la vista no se debe cuestionar”.
Y en otro poema lanza este mensaje a aquellas personas que insisten en “limpiar y alisar” los cabellos: “Pero no me gusta lo que veo frente al espejo, entonces, recuerdo que mi cabello es un laberinto lleno de sueños, que mis ancestros murieron luchando por ellos. Así que nuevamente me miro, esta vez observo más adentro, por debajo de mi piel. Me busco, me rebusco y me encuentro. Me gusta lo que veo en el reflejo”.
Expresiones racistas o de superioridad
Las investigaciones de Silvia Solano y Jorge Ramírez, de la Universidad Nacional, lograron demostrar que las sociedades desarrollan una complicidad entre sus intelectuales para disfrazar, justificar y hasta invisibilizar las expresiones racistas o de superioridad de un grupo social sobre otros.
En este contexto, la sociedad admite expresiones o análisis sobre las poblaciones afrodescendientes como las que Yolanda Oreamuno expresa en un ensayo publicado en Repertorio Americano: “Un negro de veinticinco años es un niño al que le han crecido desmesuradamente las piernas, y con su mentalidad en pañales, es irreflexivo, obediente, sumiso y alegre”.
No es de extrañar, pues, que muchas personas ignoren que desde finales del siglo XV la población afrodescendiente tiene presencia en Costa Rica, originalmente en lo que se conocía como Nicoya, Bagaces y Esparza. Pero en el siglo XVI se movilizaron hacia el centro del país, al punto que varias investigaciones señalan que lo que hoy se conoce como barrio Los Ángeles (antigua Puebla de Pardos) fue establecido por población afro que se asentó allí.
Incluso, Bernardo Augusto Thiel asegura que esta población migró de Cartago hacia los valles de Barva y Aserrí. Así que la frase “aquí no es Limón, es Aserrí” demuestra la ignorancia sobre la presencia afro en Costa Rica. Desde mediados del siglo XVI hay presencia afro en Aserrí.
Desde el año pasado hay una alerta en los Ministerios de Educación y Cultura y el gobierno alrededor de los bajos niveles de lectura que exhibe el país. Deberíamos empezar por leer a Shirley Campbell Barr, Milagro Obando Matarrita y Delia McDonald Woolery para construir nuevos mapas de amor que resalten el valor de los cabellos de niños y niñas que asisten a las escuelas.
Las primeras lecturas deberían ser hechas por aquella gente que ignora no solo la historia de la identidades costarricenses, sino que, además, ignoran su propio racismo.
El autor es investigador y docente en la Universidad Nacional.
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Captura del pantalla del sitio www.archiverebelle.org donde muestran el anuncio aparecido en "Repertorio Americano"