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Leopardo de las nieves es una forma de llamar a ciertos acontecimientos mundiales. ¿Estaremos a punto de ver uno? Foto www.worldwildlife.org
El siglo XXI nos ha traído en dos décadas un conjunto de acontecimientos de gran impacto para la humanidad; y aunque existen referencias, parece que estaban en el fondo de nuestra mente, olvidados.
El siglo comenzó con el exacerbamiento del terrorismo; luego, una crisis alimentaria fue seguida de una financiera global, para más tarde vernos sumidos en una guerra comercial entre potencias, una pandemia, desastres naturales, la guerra contra Ucrania y ahora la posible estanflación.
Algunos menos y otros más, estos acontecimientos han afectado la vida planetaria y ello patentiza la resiliencia y vulnerabilidad humanas ante las disrupciones.
La cuestión, sobre la cual se conjetura por lo menos en los dos últimos años a raíz de la pandemia, es si pudimos haber estado mejor preparados o, como mínimo, listos para disminuir las consecuencias.
En los estudios sobre el futuro y la prospectiva se ha hecho una clasificación, partiendo de dos premisas: el impacto y la predictibilidad.
Mundo animal
En un extremo de la clasificación se encuentran los eventos de gran repercusión y casi impredecibles y, en el otro, los conmocionantes también, pero más predecibles, es decir, que muestran señales de que van a ocurrir.
De acuerdo con estos dos criterios, en algunos círculos prospectivos se han creado metáforas que relacionan los acontecimientos con ciertos animales.
Por ejemplo, a los de alto impacto y poco predecibles se les llama cisnes negros —de lo que más se ha escrito—; a los de alto impacto, poco predecibles y extraños, medusas negras y luminosas; a los de alto impacto, pero muy predecibles, rinocerontes grises; y a los de alto impacto y totalmente predecibles, el elefante en la sala de la casa.
Dejo de último uno para aquellos fenómenos de alto impacto, de los cuales se sabe que pueden ocurrir pero no se tiene una predicción de las condiciones en que sucederán y poseen el potencial para desencadenarse debido a diferentes dinámicas políticas, económicas o ambientales.
A esos se les asocia con un leopardo de las nieves, o leopardo blanco; también se les denomina el fantasma de las montañas.
De acuerdo con el futurista Peter Engelke, del Atlantic Council, se trata de uno de los animales más raros de la tierra. Se encuentran en el Asia central y se caracterizan por su existencia solitaria, disposición esquiva y camuflaje perfecto; de alguna manera, su avistamiento es particularmente difícil, pero se sabe que existen.
Señales de alerta
Amenazas como una guerra nuclear, una pandemia o un ciberataque no deberían tomarnos por sorpresa, porque su aparición depende de que sucedan simultáneamente eventos políticos, sociales, científicos y ambientales, entre otros.
Desde luego que el “avistamiento” de tales fenómenos requiere una actitud proactiva, de monitoreo de señales del futuro, de una mente abierta más allá de la linealidad newtoniana y reflexión en el marco de la complejidad.
Esta es la enseñanza que procura transmitir la disciplina de la anticipación. Estar preparados para fenómenos que sabemos que pueden emerger bajo ciertas condiciones. Por ello, cuando advertimos de que se están creando las condiciones, se sabe que el hecho está por concretarse.
¿Qué tan difícil es desarrollar la capacidad anticipatoria? ¿Qué tanta inversión es necesaria para alfabetizar en futuro a la población, los gobiernos y tomadores de decisiones en general?
La primera respuesta es que, considerando el costo de que ocurran, la inversión en anticipación podría ser muy baja. ¿Desde cuándo se veía venir una crisis bélica causada por Rusia? Lo mismo es posible preguntar sobre los ataques cibernéticos, las pandemias y las crisis de alimentos, climáticas y migratorias.
Todas dan señales y, por ello, no son catalogables de cisnes negros según la definición de Nassim Nicholas Taleb en su libro El cisne negro.
Tres ingredientes básicos
Es cierto que una golondrina no hace verano; no obstante, es señal de que podría estarse iniciando la temporada.
Los sistemas de planificación, especialmente en América Latina, carecen de visión a largo plazo, como se ha dicho y escrito hasta la saciedad, y a pesar del costo en todos los órdenes, el mundo reprueba la asignatura.
No es buena política esperar que estallen los problemas para buscarles solución, ni las carencias estructurales se resuelven con remedios paliativos. Está claro que para un político que pretende mejorar su imagen o un alcalde que está pensando en reelegirse su prioridad es resolver lo inmediato y ganar popularidad.
Esto implica que el cambio de reactividad a proactividad y altura de miras tiene un costo político considerable.
El costo político, sin embargo, no debe asumirlo un partido político o gobierno. En una democracia, debemos asumirlo como sociedad y, para ello, se requieren tres ingredientes fundamentales: conocimiento, confianza y liderazgo.
El conocimiento es construir la visión a largo plazo, basada en un conocimiento adecuado de los entornos, buenos sistemas de información y capacidades técnicas.
La confianza se relaciona con el voto de apoyo al proceso por parte de las personas, partiendo de que precisará algún tipo de sacrificio presente para optimizar resultados en el futuro.
El liderazgo para mantener el rumbo, aun en las adversidades, y tener capacidad de promover las alianzas necesarias completa el cuadro de la responsabilidad compartida.
No cabe duda de que leopardos de las nieves andan por aquí y por allá, camuflados, esperando el momento preciso para aparecer y recordarnos que existen.
Vivimos un momento particularmente idóneo para hacer un viraje en la forma de hacer y pensar las cosas. Hay que aprovecharlo.
El autor es docente en la UNA y la UCR.