La creatividad ha estado en la raíz de todas las revoluciones industriales y socioeconómicas; sin embargo, no ha sido sino hasta el siglo XXI que se reconoce como el factor de producción clave para generar prosperidad y bienestar personal y colectivo. De hecho, la ONU declaró el 2021 Año Internacional de la Economía Creativa para el Desarrollo Sostenible.
Conocida también como economía naranja, el término economía creativa (EC) es mucho más apropiado. Este fue acuñado en el 2001 por el escritor y gestor de medios de comunicación John Howkins, en referencia a 15 industrias de las artes, la ciencia y la tecnología.
El núcleo son los bienes y servicios culturales, pero también incluye expresiones creativas no consideradas artísticas o culturales, como la industria digital y de videojuegos, así como la investigación y desarrollo (I+D) para la transformación de ideas en soluciones económicas y sociales. La economía creativa abarca todo lo que Klaus Schwab, fundador del Foro Económico Mundial, denominó la cuarta revolución industrial.
Antes del 2020 las actividades creativas llegaron a generar $2,5 billones anuales, un poco más del 3 % del PIB mundial, con un ritmo de crecimiento que, solo en el 2007, se calculó para América Latina en un 11,9 %. Estas actividades venían dando empleo a unos 30 millones de personas en el mundo (un 1 % de la población activa) y a unos 2 millones en Latinoamérica y el Caribe.
Antes de la pandemia, Latinoamérica era considerada el cuarto mercado más vigoroso de la economía creativa mundial, con grandes oportunidades de crecimiento y altísimo potencial innovador.
Según el BID, en el 2014, el 14 % de las exportaciones mundiales de bienes y servicios creativos se originaron en el continente americano; entre el 2003 y el 2012, esta economía generó el 2 % del total de las exportaciones de productos de Latinoamérica y el Caribe. Por ejemplo, en Guatemala, la contribución de la creatividad al PIB alcanzó un 7,2 %; en Brasil, un 2,6 %; en Chile, un 2,2 %; y en Perú, un 1,5 %. Los bienes culturales digitales ganan terreno como la mayor fuente de ingresos en la economía de la creatividad.
Los bienes y servicios de esta industria se diferencian de los demás porque engloban valores artísticos, estéticos, simbólicos y espirituales, muchas veces vinculados, pero no limitados, a la apreciación y disfrute que generan.
La economía creativa reconoce el valor agregado del talento creador, la propiedad intelectual, la innovación, la interconectividad, el legado cultural y el quehacer artístico. Su impacto es cada vez más valorado como factor innovador en empresas y organizaciones, aun en las ajenas a este campo.
Las actividades e industrias culturales impulsan el crecimiento y la diversificación de las economías, estimulan el desarrollo humano, generan ingresos y crean empleos. Por ende, el factor creatividad puede fortalecer las ventajas comparativas de la región latinoamericana, sobre todo para los países que requieran diversificar sus economías y reforzar el desarrollo local.
Una mejor medición. Es fundamental, como recomiendan la Unesco, la Cepal y otros organismos, profundizar la investigación de la relación entre creatividad, innovación y productividad, ampliar el abanico de indicadores analizados, todo ello desagregado por sexo, para medir el impacto de forma más precisa.
El último cálculo conocido del impacto en Costa Rica es del 2012 y fue recogido en un reporte del BID en el 2018. Según este, las actividades creativas y culturales son responsables del 2,2 % del PIB y sus exportaciones ascendieron a $107 millones. Incluye los sectores editorial, audiovisual publicitario, musical y artístico, la educación cultural y artística, y el diseño.
En el 2012, las personas dedicadas a actividades culturales en el país representaban el 2 % del total de las ocupadas. Estos datos fueron suministrados por el Ministerio de Cultura y Juventud, y no está claro si incluyen el empleo y las divisas producidas por la tecnología digital y biotecnología; pero a ojo de buena cubera me atrevo a decir que serían mucho más altos si abarcaran el sector tecnológico.
La pandemia ha golpeado con particular fuerza las actividades y servicios culturales y a los participantes en la cadena de valor creativa. También destapó y agravó las vulnerabilidades preexistentes en ese sector; se hizo patente que gran cantidad de artistas y creadores trabajan en la informalidad, sin seguridad social ni futura pensión, sin acceso a créditos y a apoyos sociales y económicos públicos, que sí recibieron otros grupos.
Solo se salvó y creció la industria digital, indispensable para interconectar a personas y organizaciones, y para proveer entretenimiento en línea, pero los creadores y artistas detrás de la producción digital no siempre reciben la cuota justa de las ganancias.
Fomentar el desarrollo. Para Costa Rica, la economía creativa no es una opción, sino una necesidad. Es prioritario configurar un ecosistema que propicie su máximo desarrollo: un conjunto de normas y entidades que regulen, promuevan y participen en la producción, difusión y consumo de bienes y servicios creativos; que se fomenten la coordinación y los encadenamientos verticales y horizontales, de agentes públicos y privados, organizaciones no gubernamentales, academia, gobiernos locales y sociedad civil.
La crisis de la covid-19 presiona sobre los recursos de todo tipo y, en la competencia de prioridades, hemos sacrificado al sector artístico y muchas formas de expresión creativa, a lo cual se suma que el financiamiento es uno de los escollos históricos para la producción intelectual original. Hay que estimular la participación del sector privado no solo como consumidor, sino para que financie, produzca e integre la producción creativa en sus quehaceres.
Hay que dedicar más recursos a I+D en triple alianza (Estado-empresa privada-academia), dirigida a resolver retos y problemas reales de innovación y productividad. El formato de clústeres creativos es muy apropiado para impulsar la economía creativa, como lo demuestra el clúster costarricense de biotecnología, en el que participan más de 70 empresas multinacionales y nacionales y laboratorios de investigación, en alianza con universidades públicas, Procomer y Cinde.
La ley de nómadas digitales, recientemente aprobada, es muy propicia para la economía creativa. Toca ahora aprobar la Ley de Cinematografía y Audiovisual, cuyo plazo vence en diciembre. Con esa ley, además de ser destino para filmaciones extranjeras, el país impulsaría la producción filmográfica nacional, generaría encadenamientos y empleos, con la consecuente reactivación del sector creativo.
La creatividad y la producción intelectual son vacunas eficaces contra la violencia, la criminalidad, la indiferencia y otros males sociales. Y son, sin duda, aliadas invaluables para salir de esta crisis y estimular el desarrollo humano y económico. ¡Manos a la obra!
La autora es administradora pública.