A la gente, en general, le desagrada pensar y, menos, razonar. Hannah Arendt escribió en 1978, en su obra La vida del espíritu: “No hay pensamientos peligrosos; el pensamiento es peligroso“. Me gusta creer que las personas rehúyen el riesgo y por eso evitan reflexionar. De vez en cuando soy optimista, pero no mucho.
Arendt fue enviada como corresponsal del New Yorker a cubrir el juicio contra Adolf Eichmann, arrestado en Argentina en 1961 por el servicio secreto israelí, y conducido a Jerusalén para ser juzgado. Eichmann fue el dirigente nazi responsable directo de la llamada “solución final”, que causó el genocidio de millones de judíos.
Hanna Arendt hace alusión al concepto de "la banalidad del mal” y afirma que toda persona mentalmente sana puede llevar a cabo los más horrendos crímenes cuando pertenece a un sistema totalitario. Por ejemplo, solo por el deseo de ascender dentro de la organización y hacer carrera dentro de ella.
Personas así actúan dentro de las reglas del régimen al cual pertenecen sin reflexionar sobre sus actos. No se preocupan por las consecuencias de lo que hacen; solo por el cumplimiento de las órdenes. Consciente de la complejidad humana, ella dijo: “Ahora sabemos que hay un Eichmann en cada uno de nosotros”.
Lo que Hanna Arendt no consideró en la ecuación fue lo que el sistema no pondera, es decir, la cuota individual de disfrute por el mal ajeno en el ascenso a los puestos de poder. Los testigos de ese sádico espectáculo podemos declarar que ese proceso es cruel y descarnado.
El 23 de marzo de 1933, en Nueva York, en el seno de una familia siciliana radicada en el South Bronx, nació Philip Zimbardo. Psicólogo, sociólogo y antropólogo, hizo estudios de posgrado en Psicología Social y obtuvo el doctorado en la misma área en la Universidad de Yale. En esta última, impartió clases e hizo lo mismo en la Universidad de Nueva York y en la de Columbia.
Asimismo, fue presidente de la Asociación Americana de Psicología (APA) en el 2002 y ha sido merecedor de numerosos premios que reconocen sus investigaciones como una de las mentes más sobresalientes en la psicología. Actualmente, es profesor emérito de la Universidad de Stanford, donde ejerció la docencia durante 50 años, y se desempeña también como profesor en la Universidad de Palo Alto, California.
En el 2004, declaró como perito judicial en el consejo de guerra contra uno de los reservistas del Ejército estadounidense acusado de conducta criminal en la prisión iraquí de Abu Ghraib.
Experimento. El psicólogo neoyorquino saltó a la fama en 1971 con su experimento de la prisión de Stanford, donde recluyó a un puñado de estudiantes universitarios de clase media en un sótano acondicionado como una cárcel y les asignó roles de carceleros o de prisioneros.
La edad de los participantes osciló entre los 18 y los 25 años y ninguno tenía trastornos mentales. A través de este experimento quería demostrar cómo las situaciones sociales tienen el poder de influir en el comportamiento individual.
Todos ellos eran estudiantes de la universidad y habían sido evaluados previamente para determinar un buen estado de salud física y psicológica.
A cambio de su participación se les ofreció una remuneración económica y, al iniciar, se les pidió vestir uniformes específicos de acuerdo con el rol que desempeñarían. Los prisioneros fueron conducidos hasta la prisión simulando una detención. Estando allí, se les asignó un número y un espacio.
A los guardas se les prohibió ejercer violencia física, al tiempo que se les pidió dirigir la prisión como lo creyeran conveniente. A pesar de que el experimento estaba diseñado para durar dos semanas, debió ser suspendido antes de finalizar la primera parte, debido a que cada uno de los participantes había asumido su rol de tal manera que se estaban generando dinámicas graves de violencia (duró seis días).
Cambio radical. El resultado de la prueba demuestra lo impresionable y la obediencia de la gente cuando se le proporciona una ideología legitimadora y apoyo institucional. También ha sido empleado para ilustrar la teoría de la disonancia cognitiva y el poder de la autoridad. Por otro lado, se ha cuestionado la posibilidad de generalizar sus hallazgos, debido a la homogeneidad de la muestra utilizada. En el mismo sentido, se le ha cuestionado la presencia de sesgos de género (por ejemplo, solo participaron hombres, incluidos los propios investigadores).
Zimbardo siempre ha defendido que la maldad no es cuestión de genes, sino del entorno. Durante décadas, se ha dedicado a la psicología del tiempo. Ha constatado que el mal se da en personas atrapadas en el presente, que nunca miran hacia el futuro, incapaces de sopesar las consecuencias que tendrán sus actos. "Si vives anclado en el presente o el pasado, no piensas en lo que sucederá si engañas, robas o practicas sexo no seguro”. Por eso, aboga por una educación centrada especialmente en el futuro, por recordar el pasado, vivir el presente y avanzar hacia el futuro.
Otro yo. Sus estudios son clave en aspectos de psicología social como la maldad, la autoridad, el terrorismo o incluso la tortura. Con sus experimentos reveló que todos compartimos conductas insospechadas que pueden emerger en circunstancias extremas o de opresión.
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Una de las frases más representativas de este pensador es: "El mundo está lleno de bondad y de maldad: lo ha estado, lo está y siempre lo estará”. Parafraseando un poco al doctor Zimbardo, “el efecto lucifer” proviene de la capacidad de la mente humana en conducir a gente ordinaria, incluso buena, tanto niños como adultos, por el camino del mal si el entorno lo permite.
No aludo a la maldad pura y dura de la psicopatía, sino a las intrigantes manifestaciones de iniquidad en la vida cotidiana de quienes funcionan socialmente en el día a día. Esas pequeñas gotas de veneno que carcomen en silencio la rutina de los habitantes del planeta.
El autor es abogado.