Estos días nublados de noviembre me hacen recordar que diversos países, organismos internacionales y entidades que representan al periodismo rinden homenaje a los periodistas desaparecidos en guerras, revoluciones y por los excesos de dictaduras. Deberíamos incluir conflictos internos en naciones políticamente inestables. Algunos países guardan el luto por comunicadores que desaparecieron debido a sus denuncias de homicidios y otros tantos crímenes de gobiernos y gobernados.
La lista de los desaparecidos es extensa. La encabeza la rusa Anna Politkóvskaya, célebre por sus reportajes sobre la verdad en la guerra de Chechenia, acribillada por matones al intentar abordar el elevador que la llevaría a su apartamento en Moscú. Algo parecido se produjo con Daphne Caruana Galizia, cuyos despachos sobre la corrupción en Malta le costaron la vida en un atentado con coche bomba que voló su residencia en Bidnija. Más reciente, fue el asesinato de Ján Kuciak, que profundizó en el tema del control ejercido por la mafia en el comercio de Eslovaquia. Sobre este capítulo, muchas voces se han levantado para urgir investigaciones serias.
Hace algunas semanas se produjo el asesinato del periodista saudita Jamal Khashoggi en el Consulado saudita en Estambul. Hay amplios y serios testimonios sobre el ingreso de Jamal al Consulado, por la puerta del frente, por la cual no salió. Las horas corrieron y el Consulado se aprestaba a cerrar la puerta. Hubo, desde luego, uno de los más sórdidos escándalos internacionales. La Policía turca ingresó al Consulado, donde todo estaba limpio y sin señas de violencia.
Pero, lentamente, el misterio se esfumó, al confesar Arabia Saudita su injerencia en lo ocurrido. El pecado fatal del comunicador fue su constante ataque a la casa real, lo cual le costó la vida. Ahora ya sabemos que el periodista fue atacado mortalmente por agentes sauditas en un despacho del Consulado e inmediatamente el cadáver fue descuartizado y desaparecido por obra de químicos que no dejaron huella. Ahora le llueven piedras al príncipe de la corona saudita, Mohámed bin Salmán, cuyas andanzas son fuego en el mundo noticioso.
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En México, han desaparecido numerosos periodistas, blancos de los sindicatos de la muerte. Si bien en Estados Unidos impera la libertad de prensa, el presidente Trump ha insistido en que los medios se han transformado en enemigos del pueblo, pero no ha presentado pruebas de ello.
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