Es un desperdicio suicida de talento y capacidad laboral, ahora que la demografía no nos favorece, que existan barreras estructurales para el trabajo femenino fuera del hogar
Durante muchas décadas el crecimiento económico de Costa Rica se explicó, en buena medida, porque cada vez más gente se incorporaba a trabajar, pero no porque fuésemos más productivos. Si 100 personas producían ¢1.000, la 101 nos hacía rendir ¢1.010. Todos, viejos y «nuevos», agregaban en promedio ¢10. Y, como cada año había muchos«nuevos», el pastel se hacía más grande.
La situación ideal era, por cierto, otra. Si con la persona 101 hubiésemos llegado a ¢1.100, habríamos pasado a producir en promedio de ¢10 a ¢11 por jupa. Entonces, el pastel también hubiese crecido, porque empezamos a rendir más, lo que los economistas llaman productividad.
Simplifico, por supuesto, porque la realidad es siempre más compleja. La demografía no fue el único factor, pues la cantidad de inversión de capital, las modalidades de inserción en la economía internacional y las políticas públicas fueron claves; sin embargo, no miento: mientras la productividad se movía lenta, la fuerza de trabajo se duplicó, al pasar de 1,1 millones de personas en 1990 a 2,4 millones en el 2020. Y, en ese período, crecimos en promedio al 4 % anual.
Fueron los mejores años de nuestra demografía: muchos jóvenes metiéndose a trabajar y pocos «ciudadanos de oro». A esa época los demógrafos la denominan el bono demográfico. Y, probablemente, una de las fuerzas que empujaron hacia abajo el crecimiento económico en la última década fue la caída en la natalidad hacia finales del siglo pasado.
Hago esa disquisición porque nuestro bono demográfico se acabó y no podemos seguir la receta tradicional de crecer a punta de más población. Necesitamos ensayar algo nuevo. Una clave indispensable será encontrar maneras para ser más productivos: aumentar la productividad es hoy asunto de Estado. La otra será la incorporación rápida y masiva de las mujeres al mercado de trabajo para suplir la pérdida del dinamismo demográfico.
Antes de la pandemia, menos de la mitad de las mujeres en edad de trabajar, lo hacían fuera de la casa, casi 25 puntos porcentuales menos que los hombres. Es un desperdicio suicida de talento y capacidad laboral ahora que la demografía no nos favorece: debemos rápidamente equiparar las cosas. Ello requiere remover barreras estructurales, como la débil red de cuidado de niños y ancianos, que impide a muchas trabajar, y una mayor implicación de los hombres en la gestión del hogar.
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