Es enorme y gordote. Su pesada marcha y su larga trompa son capaces de armar tremendo escándalo cada vez que se pasea confianzudo por la calle, a vista y paciencia de todo el mundo.
Su color blanco marfil es tan llamativo que por eso resulta inexplicable que ninguna autoridad se haya percatado de su asidua presencia ni de las actividades ilícitas que realiza.
Es usual verlo merodear en los alrededores del parque la Merced, en pleno corazón de San José, con sus alforjas cargadas de píldoras, jarabes, cremas, ungüentos, Mariguanol y hasta viagra.
Algunos clientes se le acercan con disimulo para tratar de no llamar la atención y otros van directo al grano. Sin embargo, para nadie es un secreto el servicio que ofrece el boticario clandestino.
Dicen las malas lenguas que unos roedores son los encargados de abastecerlo de medicinas provenientes de Nicaragua y de aparentes fármacos de la Caja Costarricense de Seguro Social (CCSS).
Resulta claro que una parte de esa mercadería ingresa a través de nuestra porosa frontera norte, pero la gran duda es de dónde provienen las medicinas que traen la etiqueta del Seguro Social.
¿Se tratará de productos falsificados o adulterados? ¿O será que en el interior de la CCSS existe un mercado oculto de medicamentos vencidos y robados en asocio con algunos comercios?
Al inescrupuloso paquidermo le importa un comino la procedencia de los remedios que ofrece. Tampoco le preocupa si estaban bien almacenados, a la temperatura correcta y con la inocuidad requerida.
Mucho menos le interesa si sus “pacientes” cuentan con una prescripción médica para consumir determinado producto o si presentan una receta verde para comprar un antibiótico.
Lo único cierto es que este elefante blanco aprovecha la necesidad e ignorancia de la gente para hacer negocios oscuros a escasos metros del edificio del Ministerio de Salud.
Su apuesta comercial es vender a precios cómodos, sin hacer preguntas ni recibirlas, aprovechando el faltante de ciertas medicinas en las farmacias de la CCSS y lo caro que cuesta conseguirlas en lo privado.
Este grandote se siente invisible porque, aunque todos lo ven o saben que existe, nadie hace nada para controlarlo. Es así como se burla en la cara de todos y pone en riesgo la salud pública. ¿Lo habrá visto usted?
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El autor es jefe de información de La Nación.
