Estados Unidos es el país más rico del mundo. Su moneda, el dólar, es la unidad de intercambio por excelencia en el planeta. Sin embargo, en estos momentos, muchos no pueden comprar ni vender en dólares nada en Estados Unidos. Y en otra moneda, no sería válido, es decir, legal. Es el giro más irónico en la historia económica de la superpotencia. Y este súbito y dramático cambio se debe al ingenio de su presidente, Donald Trump. Si nadie acepta sus precios, tampoco podría comprar ni vender nada en la pródiga tierra que maneja al mundo.
¿Cuánto persistirá esta anomalía? Hasta que al genial potentado de los bienes raíces le venga en gana. La única clave de este misterioso orden de cosas es que mientras el Congreso no legisle ordenando una valla –quizás debería llamarse muralla– que custodie la frontera sur del país, Trump no levantará la situación de emergencia (Gobierno cerrado) que ha impuesto en su nación.
Esto podría ocurrir en cualquier momento. Por días se ha venido discutiendo la solución y todo se reduciría a un entendimiento entre Mr. Trump y Mrs. Nancy Pelosi, la presidenta del Congreso. Por supuesto, hay un Senado, pero se le considera irrelevante en esta coyuntura dada la personalización adquirida por el pleito. Hay historiadores analizando el asunto para saber si existen precedentes y las soluciones que podrían derivarse de ellos. No obstante, hasta el momento, nones en el horizonte.
En el ínterin, la situación es caótica. No existe dinero para pagar alimentos, cubrir hipotecas y los bancos no operan en la realidad. Se ha llegado al punto de que hay expendios gratuitos de comidas e ignoro cómo se las arreglan las farmacias. Los genios que concibieron este no-Estado: comentaristas de la radio de la línea de Ann Coulter, Rush Limbaugh, Sean Hannity y los legionarios que pregonan tales locuras. Sí, queridos lectores, lo único que queda es encomendarse al Creador y esperar que las noticias de cada día traigan cosas mejores.
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Pensar siquiera que esto suceda en Estados Unidos trasciende los límites de la cordura. Quienes están inmersos en este movimiento ya se quejan incluso de que Trump es un “flojo” y que la próxima le corresponde a Jeb Bush. Un amigo me comentó que alguien con los pantalones bien amarrados en la Casa Blanca es lo que el país necesita. ¡Dios mío!