Si la protección y expansión de los derechos de las mujeres dependieran de afear la ciudad con grafitis y otros actos de vandalismo, la actitud de un reducido número de participantes en las manifestaciones del Día Internacional de las Mujeres debería extenderse a las demás y ejercitarse con mayor frecuencia.
Las paredes no valen más que la vida de las mujeres, como bien dijo la diputada Rocío Alfaro, del Frente Amplio. La legisladora más bien se quedó corta al limitar la comparación al valor supremo del ser humano. Las paredes también valen mucho menos que el derecho de las mujeres a estar libres de agresión y acoso en el hogar, la calle, los centros educativos y los lugares de trabajo. Tampoco valen tanto como valdría la igualdad de acceso al empleo y la justa remuneración.
En suma, el valor de las paredes está muy por debajo del valor de la justicia, pero dañándolas tampoco se avanza hacia el objetivo de conseguirla. Por el contrario, los actos vandálicos roban protagonismo a miles de participantes cuya presencia en la marcha es para exigir progreso y demostrar la fuerza política de sus exigencias. También alejan a otros, identificados con los objetivos pero desanimados por los métodos extremos.
Peor todavía si se borran las fronteras entre la lucha por los derechos de las mujeres y las inclinaciones ideológicas de un grupo de participantes. La diputada Alfaro tiene toda la razón cuando niega un vínculo entre la mayoría de manifestantes y el Frente Amplio, pero es innegable la orientación política de quienes agredieron a un diputado reprochándole sus tesis económicas liberales.
Los reclamos venían desde una posición de izquierda, absolutamente legítima mientras no transgreda los límites del debate democrático y no necesariamente indicadora de militancia en el Frente Amplio, pero ninguna ideología o partido tiene derecho a excluir de la marcha a quien piense diferente. Hacerlo debilita el movimiento y pone en duda la sinceridad de los autores del despropósito. ¿Actúan a favor de los derechos de las mujeres o utilizan la causa para impulsar una agenda inspirada en postulados ideológicos no compartidos y hasta rechazados por los demás participantes?
El vandalismo tampoco genera simpatías en otros sectores, incluso en algunos donde es posible ganar apoyo para la causa de la igualdad de género y el respeto a las mujeres. Ojalá esos grupos reparen en el carácter pacífico de la gran mayoría de las manifestantes y no se dejen confundir por aislados brotes de vandalismo y violencia. Tampoco por quienes construyen, a partir de esas actitudes lamentables, una tribuna desde donde desprestigian las legítimas aspiraciones de justicia.
Hay mucho camino por andar y la impaciencia está justificada. Cada oportunidad denegada, cada agresión impune, cada insulto gratuito agitan el ánimo de hombres y mujeres con sentido de la justicia, pero la desfiguración anual de las paredes del Museo Nacional y la Asamblea Legislativa —cuando no de monumentos y otras edificaciones— en nada contribuye a avanzar.
Quizá el problema radique en la falta de una verdadera conducción política, en el mejor sentido de la palabra, que aglutine a los sectores identificados con los derechos de las mujeres, aceptando su diversidad de pensamiento y con la sola exigencia de un compromiso con el tema central de la marcha. La claridad de objetivos políticos marginaría el vandalismo que solo daño puede causar a esos fines y daría a la marcha del Día Internacional de las Mujeres, y a cualquier otra manifestación similar, mayor alcance y profundidad.