Ningún costarricense ha dejado de ver la foto de José Figueres Ferrer blandiendo el mazo contra una almena del cuartel Bellavista para simbolizar la abolición del ejército, enfatizada por la transformación de la vieja fortaleza en un museo. Allí se exhibe la foto, como también en la Casa Presidencial y otros sitios públicos.
Miles la han visto en estampillas de correos conmemorativas y, quien observe el billete de diez mil colones, notará, al lado del rostro del expresidente, una reproducción parcial de la imagen imperecedera. Es una foto elocuente. Retrata una época y constituye una constante lección de historia.
Es como la imagen de Harry Truman, sonriente, con el periódico cuyo errado titular proclamaba la elección de su contrincante, o la foto de Nikita Khrushchev, zapato en mano, en airada protesta durante la Asamblea General de las Naciones Unidas, así como la blanca falda de Marilyn revoloteando sobre una alcantarilla neoyorquina.
Entre millones de imágenes tomadas cada año, solo un puñado consigue establecerse en las páginas más destacadas del registro histórico. El mérito del artista, casi siempre un fotógrafo de prensa, es extraordinario, pero el reconocimiento resulta inversamente proporcional. Todos hemos visto la foto de don Pepe, pero pocos conocen el nombre de su autor.
Mario Roa, legendario fotógrafo de La Nación, estuvo en el cuartel Bellavista el primero de diciembre de 1948. Fue el único captor del esfuerzo del golpe reflejado en el rostro del expresidente mientras los ladrillos volaban por el aire. El sentido de la oportunidad es un elemento indispensable, pero el arte del fotógrafo exige mucho más. Mario Roa es leyenda porque en él se reunieron todos esos factores.
Sus fotos del periodo 1936-1946 (la del mazazo se sale de este marco temporal) ahora se pueden apreciar en una recopilación publicada por su hija Floria Roa Gutiérrez y presentada en el auditorio de La Nación. Cometí el error de dejar pasar la fecha y lo lamento, pero ya tengo un ejemplar.
Metido a reconocer errores y presentar disculpas, la semana pasada esta columna atribuyó mal la autoría de la acción de inconstitucionalidad que estableció la ilicitud de destinar al fondo de pensiones de la Corte los depósitos judiciales no retirados. La acción de inconstitucionalidad fue patrocinada por Laica, en 1998, y redactada por el constitucionalista Rubén Hernández.
Dos metidas de pata, tan seguidas, invitan a imaginar dónde se agazapa la tercera. Ojalá no salte por los aires en presencia de un gran fotógrafo.
Armando González es director de La Nación.