Para ahorrar ¢172,3 millones a lo largo de 17 años, un taxista debería apartar ¢10 millones anuales (¢883.000 al mes) después de atender las necesidades personales, familiares y del vehículo. Parece imposible no importa la frugalidad del hogar ni la extensión de las jornadas laborales.
En cambio, para acumular una deuda por el mismo monto con la Caja Costarricense de Seguro Social, en idéntico lapso, basta inscribirse como trabajador independiente, desatender el pago de cuotas por descuido o ignorancia y, quizá, sufrir el infortunio de una enfermedad en el núcleo familiar.
Echada a andar la rueda de la burocracia, los intereses, multas y recargos se acumulan vertiginosamente. La propia burocracia se encarga de poner obstáculos al interesado en frenarla. Así le ocurrió a Jorge López, inscrito como trabajador independiente desde el 2005. Tres años más tarde, viajó al extranjero, donde permaneció un lustro. Al regresar, en el 2013, la Caja le presentó una factura por ¢1,6 millones. Intentó suspender el seguro para frenar el crecimiento de la deuda, pero le pidieron reunir una larga lista de requisitos. “La verdad, me obstiné y dejé eso botado”, dice. Algo anda muy mal. Cuando cotizaba, se mantenía al día con solo ¢32.000 al mes.
Nadie le niega atención a él o a su familia en los centros de salud, pero le pasan la factura. Su hijita de cuatro años sufre un cáncer terminal y los costos del tratamiento son prohibitivos. El sistema de salud merece reconocimiento por atender a la niña a sabiendas de que no habrá pago. No obstante, su comportamiento frente al padre solo puede ser descrito como cruel.
Con su tragedia a cuestas, Jorge no tiene a la impagable deuda entre sus prioridades, pero algún lugar ocupa en su larga lista de angustias. Además, sufre todas las limitaciones impuestas a los deudores morosos y si en algún momento se ve obligado a recurrir a un préstamo, le exprimirán hasta el último céntimo.
El taxista ya pagó demasiado por su descuido e impaciencia frente a las demandas burocráticas. Buena parte de la factura pudo haberse evitado mediante una solicitud de aseguramiento de la niña por el Estado. En el Hospital de Niños se lo recomendaron, pero no encontró el tiempo para hacerlo por estar inmerso en la tragedia familiar. ¿No pudo la Caja ir un poco más allá de la recomendación para asistir a esta familia? Y ahora que se hace evidente el absurdo, ¿no es tiempo de ayudarles de oficio? ¿Es esto seguridad social?
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Armando González es editor general del Grupo Nación y director de La Nación.